Abrazos rotos
«Hay una manera de normalizarse que consiste en hacer el ridículo: quien ha cultivado la excepción pasa en ese momento a chapotear en el mismo fango que los demás. Se diría que es lo que ha sucedido a Cs en Cataluña con su abortada campaña del abrazo»
Hay una manera de normalizarse que consiste en hacer el ridículo: quien ha cultivado la excepción pasa en ese momento a chapotear en el mismo fango que los demás. Se diría que es lo que ha sucedido a Cs en Cataluña con su abortada campaña del abrazo, que mostraba imágenes de un banco de fotografías cuyo empleo político se encuentra al parecer legalmente prohibido. Estamos ante un fiasco en el terreno de la comunicación política que apenas llamaría la atención, más allá de los chistes habituales, si se tratase de cualquier otro partido político. En el caso de Cs, hay quienes dicen en público que la campaña basta para retirarles su apoyo; lo dicen en vísperas de unas elecciones donde se espera que el partido se quede muy lejos de repetir la pole position de las últimas elecciones autonómicas. Y el término automovilístico es preciso, pues fue justamente esa ventaja de partida la que Cs ha dilapidado con su pobre desempeño en la legislatura que ahora concluye.
No obstante, la campaña del abrazo no debería entenderse como el momento en que Cs perdió sus credenciales tecnocráticas para arrojarse en brazos de la mercadotecnia: recuerdo al joven Albert Rivera posando desnudo, sin abrazar otra cosa que sus genitales. ¡En la política, como en la vida, hay que llamar la atención para que te hagan caso! Me acuerdo también del éxito de la difunta Carme Chacón en las elecciones generales de 2008 con aquel poético «si tú no votas, ellos vuelven». ¿Es que la misma Cataluña que vota al partido del prófugo Puidgemont y jalea al troll Rufián va a escandalizarse por unos abrazos, por más ganas que den de salir corriendo? Más importante que lo que se dice es quién lo dice. Pero también cuándo se dice.
Ahora que el ultimátum de la secesión unilateral ha dejado de oírse con tanta fuerza, son muchos los votantes que regresan a la casa común del catalanismo pese a haberse opuesto a la independencia. En ese contexto, Cs se encuentra en la incómoda posición de rechazar lo que desea una mayoría de catalanes: mejorar su status dentro de España, porque ellos se lo merecen, sin necesidad de armar un escándalo ni revisar las políticas de nacionalización aplicadas desde hace décadas. ¿No ha dicho Pablo Casado que Cataluña merece una financiación que se adecúe a sus necesidades? ¡Ya lo dijo Artur Mas! Si le hubieran hecho caso, nos habríamos ahorrado muchos disgustos… En este contexto, el PSC encarna mejor que nadie la recuperación del supuesto implícito del catalanismo: más vale privilegio en mano que secesión volando. Salvando a unas minorías de firmes convicciones antinacionalistas, el voto masivo a Cs siempre fue accidental: un abrazo de conveniencia en situación de necesidad, del que se libera ahora —como pillado en falta— uno de los participantes. Y eso es lo que, como en un lapsus freudiano, venían a decir los fugaces carteles.