La posibilidad de un populismo
«¿Es posible un populismo en España que no se ejerza desde el gobierno?»
He seguido con moderado interés el debate de estos días sobre la existencia de un «populismo de centro». Que alguno de los participantes fuera diputado del partido que ha hecho vicepresidente a Pablo Iglesias no ha contribuido a que me lo tomase más serio. Además, el tema no es nuevo: hace años un amigo socialista me explicaba ya, con profusión de citas en francés, que UPyD, Le Pen y Ruiz Mateos eran lo mismo. De la controversia me interesa más, quizás por deformación profesional, o por vicio, una cuestión previa: ¿es posible un verdadero populismo en España? O, por acotar: ¿se puede hacer populismo en España si no es desde el gobierno?
En España no tenemos grandes masas depauperadas -o las que hay no tienen derechos de ciudadanía-, la pobreza del campo se ha canalizado normalmente por uno u otro caciquismo local y las clases medias han sido siempre muy dependientes del Estado. No existen verdaderos tabloides y la prensa en general forma parte de burbujas de poder de alcance limitado, con la excepción de algún gratuito o prensa deportiva -y en el deporte crecieron algunos de nuestros primeros populistas, así como modelos comunicativos luego exportados a la política. La hipótesis populista ha estado muy vinculada en esta década a la eclosión del infotainment, pero incluso aquí se advierten las dificultades de separarse del mundo oficial: el infotainment depende al fin de dos grupos mediáticos y, en última instancia, de nuevo del gobierno de turno. No es casualidad que los dos experimentos «populistas» existentes a izquierda y derecha los hayan engordado gobiernos del PP y PSOE respectivamente. Y tampoco es casualidad que las prácticas populistas hayan encontrado en general su acomodo en el nivel autonómico, donde gobiernos y élites no solo controlan esferas de comunicación propias, sino que en tiempos contaban con las cajas de ahorro para lubricar las operaciones -un lujo que el banco central europeo ya no permite a los mayores.
La abstención de Vox[contexto id=»381728″] que permitió al gobierno sacar adelante el decreto de ejecución de los fondos europeos -de la que, es cierto, solo manejamos rumores- podría indicar la escasa autonomía de vuelo del populismo antieuropeo en un país tan dependiente aún de la solidaridad trasnacional, pero algo más: que las élites políticas y económicas están demasiado interconectadas para mantener trayectorias coherentes de colisión. Al final el sustrato sociológico de los «populistas» de Vox es el que es -de manera similar a la procedencia de los cuadros de Podemos, Más Madrid o las CUP de las clases medias inmorentistas de la España urbana.
A modo quizás de paradoja, que un populismo independiente de los resortes del gobierno sea casi inviable no elimina su posibilidad; más bien obliga a que la vida política y social discurra por ciertos derroteros, pues una democracia con escasez de cuerpos intermedios, clases medias desarticuladas y esferas de comunicación y opinión raquíticas y dependientes del poder ha de tender al despotismo o a las prácticas populistas. Desde luego así ha sido en el ámbito autonómico, donde no sólo existían los resortes sino abundantes posibilidades de manejar el victimismo, las claves identitarias y las barreras para los de fuera -esto es, las recompensas para los de dentro. Quizás la novedad de Sánchez y su equipo ha sido darse cuenta de hasta qué punto los límites a dichas prácticas en el nivel nacional eran meramente convencionales. Si un populista «de manual» se plantease como proyecto degradar la conversación y el espacio públicos, ocupar la administración y cada rincón del Estado, intervenir en los medios, comprar a los poderes económicos y envenenar de discordia la vida pública del país, dudo de que se le ocurriesen formas más rotundas y desvergonzadas de hacerlo. Tanto es así que ha bastado la obscena exhibición de poder del PSOE para que la supuesta alternativa populista de izquierdas se haya disuelto hasta que apenas queda la pareja real como apéndice chocarrero del ejecutivo socialista.
Así que se vuelve a plantear la pregunta. ¿Es posible un populismo en España que no se ejerza desde el gobierno? En vísperas del gran reparto europeo, y de lo que podría acabar siendo una colusión de gobierno y gran empresa inédita incluso para los cánones españoles, quizás haya que fijarse en los previsibles perdedores de la timba: pequeñas clases medias, trabajadores de las industrias señaladas por la transformación verde, población rural y de las ciudades medias. Sigue siendo un reto llegar a estos sectores diversos, desarticulados, poco politizados o refractarios a buena parte de los discursos de las clerecías de izquierda actuales y del centrismo tecnocrático. La demagogia fiscal puede ser un camino: se ha acusado en ocasiones a la derecha española de no tener otros argumentos en la “guerra cultural” que los fiscales, pero no está mal recordar que en el 15M de los inicios convivían los memes de Ayn Rand con las invocaciones a la Pachamama -el movimiento de los indignados ofrece también enseñanzas sobre la dificultad de capturar a grupos dispersos, y el valor de contar con redes asociativas y mediáticas previas.
El reciente debate sobre los youtubers y los impuestos indica por dónde podrían ir los tiros en un año que se espera de impagos, quiebras y concentración económica, y donde la brecha de seguridad entre los trabajadores de lo privado y lo público continuará ensanchándose. Si yo tuviera previsto montar otro experimento populista en España, o revitalizar alguno de los existentes, prestaría mucha atención a esos canales, y a todos los foros donde, de espaldas a la oficialidad y los medios de la corte, se encuentran cada día esos pequeños burgueses angustiados ante el desclasamiento.