Mais samba e menos trabalhar
«La clave está en inculcar en nuestros procesos humanos la obsesión por el desarrollo de una cultura de la creación continua»
El trabajo es una bendición, y faenar duro y con diligencia una gran virtud. Nuestra sociedad nos guía hacia la realización personal vía nuestro esfuerzo laboral. Lo ensalzamos, e incluso lo reconocemos como derecho en nuestra Constitución: «Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo … para satisfacer sus necesidades y las de su familia…». Por lo tanto, el trabajo nos hace libres e independientes, nos da un propósito vital y nos hace humanos. Nos permite tener una familia. Nada que objetar.
Pero de cara al futuro, el código debe evolucionar. El lema de Virgilio, «labor omnia vincit improbus» («el trabajo tenaz todo lo vence») no será suficiente. Encaramos una futura sociedad desintermediada, cuyos pilares serán la tecnología y la inteligencia artificial, por lo que deberíamos preguntarnos si no sería más eficiente enfocar nuestros esfuerzos en transmitir a las nuevas generaciones una clave superior. En el porvenir no muy lejano desaparecerán cientos de trabajos no cualificados, y decenas de profesiones liberales altamente cualificadas, que serán sustituidas por nuevas tecnologías. Para enfrentarnos a este nuevo modelo laboral, artístico, productivo, académico y lúdico, necesitamos evolucionar. Necesitamos «mais samba». En ello reposará el éxito de las nuevas generaciones. La clave está en inculcar en nuestros procesos humanos la obsesión por el desarrollo de una cultura de la creación continua.
Crear es, por definición, producir algo de la nada, algo que no existía previamente. Por lo tanto, es jugar a ser Dios en la tierra. Imagínense la inmensa relevancia y poder de transformación del proceso creativo: es producir un milagro. Es una explosión matemáticamente imposible al transformar la nada en algo concreto. Crear nos salvará de la obsolescencia. Crear nos dará alas.
Además el milagro de la creación no es efímero. La cosa creada puede perdurar en el tiempo, lo que desafía nuestro intelecto. Crear nos hace realmente más humanos puesto que está intrínsecamente unido a la capacidad superior de nuestra esencia inteligente. Pero la innovación no es una capacidad que surja de la nada. Para inventar hay que apalancarse en la suma histórica de conocimientos. Para crear, siempre hay que partir de un origen, de algo creado ya anteriormente por un precursor. Nos debería recordar a la estratifgrafía, pues creamos capas que parecen estratos geológicos. Cada nueva creación es un nuevo sedimento, que reposa sobre capas anteriores. Solo Dios fue capaz de crear partiendo de la nada: ‘En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.… Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.’ (Juan 1:1-3).
El psicólogo clínico Juan Diaz Curiel (en ‘Proceso creativo, arte y psicopatología’) asimila el proceso creativo al acto biológico de la procreación. La invención vía la palabra, imagen, formas materiales plásticas o música, o como derivada de la investigación científica, artesanal, la fundación empresarial y tecnológica, dan vida e iluminan al “alumbrar” algo nuevo. La creación artística o científica y la procreación biológica tienen muchos puntos en común al confrontar al ser humano siempre con el misterio de la vida y con la perdurabilidad en el tiempo de la misma. Crear es parir.
Decía Lord Byron que cuando el hombre deja de crear, cesa de existir. Puesto que la capacidad de crear radica en nuestra inagotable curiosidad por la vida. Sin curiosidad el ser humano no existe. Sin ambición, no somos más que animales condenados a una vida realista. Sin abstracción somos solamente materia orgánica.
Por ello, tenemos que esforzarnos en introducir el proceso creativo y la innovación en todas nuestras tareas diarias – incluido por supuesto en el trabajo- por muy simples que estas sean. Tenemos que pensar out-of-the-box, preguntándonos constantemente por qué hacemos un proceso y cómo podemos mejorarlo y transformarlo. Esa inquietud por transformar nuestra rutina, nos permitirá, no sólo que nos adaptemos al futuro, sino que lo lideremos, convirtiéndonos en los sujetos activos de la disrupción. Por supuesto, los procesos tradicionales, basados en nuestras costumbres e historia, en la artesanía, en la gastronomía, en el arte y la cultura han de ser custodiados como tesoros, siendo verdaderas reliquias (en el buen sentido de la palabra) de nuestra evolución, pues explican quienes somos y de donde venimos. Pero, ojo al dato, el futuro está en la persecución constante y resiliente de un único objetivo: ser parte del proceso creativo en nuestro ámbito personal. Sino nos quedaremos atrás.
El mejor ejemplo del poder de la creatividad ha sido el impactante desarrollo de la vacuna contra el Covid. Científicos de todos los países del mundo se pusieron a investigar sobre cómo desarrollar una vacuna eficiente contra un nuevo virus. En un tiempo récord han brotado decenas de vacunas, todas distintas. Cada vacuna conlleva no solo una creación y solución médica sino un conjunto de retos logísticos (producción, almacenamiento, distribución) por resolver. Gracias a la tecnología, todo el planeta usó simultáneamente sus capacidades creativas, funcionando como un verdadero y único cerebro mundial interconectado.
Pese a las campañas de imagen de nuestros gobernantes, la solución a este tremendo reto ha partido fundamentalmente de la sociedad civil y no de los gobiernos. Paradójicamente ha surgido gracias a las muy denostadas grandes empresas farmacéuticas, entidades increíblemente castigadas por las iras viscerales del buenísmo políticamente correcto. Además, por abundar aún más en la herida abierta en el activismo progre, es el capitalismo privado (malintencionadamente llamado por estos como «salvaje») y la función empresarial las que han aportado la solución. Son las empresas privadas, cuyos fondos para la investigación no se han originado vía subvenciones estatales, ni fondos de la ONU, sino que han sido aportados a través de los mercados de capitales internacionales e inversores y fondos de private equity (blanco preferido de las críticas necias de la izquierda inculta, que los llaman «fondos buitre»). Es la capacidad libre creativa del ser humano, al margen de los políticos, la que ha salvado a la humanidad. Los gobiernos no han sido más que meros espectadores, cuyo papel ahora se limita a ejecutar una penosa política de vacunación.
Amigos, anímense a crear y a innovar, día a día, y a título personal en su pequeńa parcela privada. Ya lo dijo Albert Einstein, «la creatividad es contagiosa. Pásala.»