Miedo, riesgo y poder
«La espiral del temor paraliza civilizaciones y genera una incertidumbre que conduce a conflictos: sálvese quien pueda»
En un bello y breve ensayo sobre el tema, con su habitual mirada realista, Danilo Zolo repasó la antropología del miedo y su relación con el poder. El ser humano es probablemente el único animal que sufre angustia como consecuencia de la consciencia del devenir del mundo: nos espera la muerte y no somos capaces de encontrar un antídoto a la ansiedad que nos produce. En esa percepción subjetiva quizá esté el origen de la emoción que según Joanna Bourke es el motor de la historia: el miedo, esa «energía ruinosa» que hemos tratado de manejar como especie – política o religiosamente- con el objetivo no solo de sobrevivir y reducir la agresividad, sino de prosperar materialmente y ser capaces de tener confianza en el progreso.
Probablemente fue Hobbes el primer pensador que se percató de que el miedo se expresaba en una doble dirección y que su presencia irresistible tenía que ser abordada a través del poder público: los ciudadanos debían temerse entre sí y debían temer, sobre todo, al Leviatán encargado de garantizar el orden público. La protección de la seguridad y la libertad fue el primer gran éxito del derecho como disciplina enfocada no solo a mantener posiciones e intereses jurídicos, sino un contexto social artificialmente creado. El miedo fue reduciéndose a medida que fueron descendiendo los riesgos para los seres humanos: el Welfare State culminó un largo devenir en el que, a la par de la democratización de las sociedades occidentales, se fue construyendo un ambiente propicio para que el ciudadano pudiera potenciar libremente su personalidad. Ya saben, libertad efectiva frente a libertad dominada.
El miedo ha regresado por la puerta grande. La globalización y las externalizaciones de la modernidad tardía han acrecentado los riesgos. Con ello, crece el temor de sociedades e individuos. La disminución del Estado del bienestar ha tratado de ser compensada con el Estado penal y el incremento desaforado de los códigos criminales y administrativos para infundir disciplina en los ciudadanos. Desde que cambiamos de siglo el miedo global discurre en tres planos distintos: el terrorismo internacional, la economía financiera y, por supuesto, la llegada de una pandemia[contexto id=»460724″] que decreta el final de la fe en el futuro. En cualquier caso, cualquiera que vea la televisión o escuche la radio, convendrá conmigo en que, gracias a los anuncios de empresas de seguridad y alarmas, nuestro horizonte diario culmina llegando a casa y no encontrando en ella a un grupo de okupas disfrutando de nuestra morada. Lo mismo podría decirse de la caracterización que se hace de la violencia masculina.
No deja de sorprender, en cualquier caso, que estas técnicas de shock comunicativo, destinadas insisto a ordenar la sociedad, proliferen en los programas ideológicos y distópicos. Me pregunto qué efectos en los comportamientos puede llegar a tener, por ejemplo, el apocalipsis medio ambiental que se anuncia casi de forma inmediata desde grupos de interés, partidos y medios de información. Qué vida individual o colectiva puede organizarse, qué políticas consensuarse, si cada día se nos recuerda que el fin del planeta que habitamos está a la vuelta de la esquina. La espiral del temor paraliza civilizaciones y genera una incertidumbre que conduce a conflictos: sálvese quien pueda. Aceptando la gravedad de los desafíos a los que nos enfrentamos, no queda otro remedio que renovar el contrato social a partir de un cierto optimismo y confianza en nuestras posibilidades. La libertad, ya apuntó Adorno, es el derecho que nos asiste a vivir sin miedo.