El centro no paga a traidores
«Si Salvador Illa presentó su candidatura con una más que cuestionable experiencia a sus espaldas como gestor de la pandemia, el resto de candidatos en liza ha tenido la amabilidad de fortalecer sus aspiraciones»
En el supuesto de que la fuerza de uno se midiera por el número de adversarios, Illa sin lugar a dudas encarnaría la solidez en el tramo final de la campaña. Él fue el centro de los ataques de todos los participantes en el debate electoral de La Sexta y contra él han levantado un veto de investidura las fuerzas independentistas. Si presentó su candidatura con una más que cuestionable experiencia a sus espaldas como gestor de la pandemia, el resto de candidatos en liza ha tenido la amabilidad de fortalecer sus aspiraciones. De momento, las encuestas apuntan a que va en cabeza empatado, eso sí, con Junts Per Catalunya y ERC.
A última hora, Junts Per Catalunya ha visto aumentadas sus expectativas. Un caso curioso: la explosión descontrolada de aquella Convergencia posibilista y pactista fue de tal magnitud que entre sus pedazos cabe igual el independentismo irredento y populista de Junts Per Catalunya que el soberanismo de misa y tortell de PDeCAT. Tanto es el despropósito confuso que nadie parece recordar que la candidata de Junts Per Catalunya, Laura Borràs, fue consellera de Cultura en el nefasto gobierno de Quim Torra. Ni ella misma parece sentir una mínima vergüenza curricular, pues la hemos visto en entrevistas y debates exponiendo aquello que harán si gobiernan pero en ningún caso ha mostrado atisbo de autocrítica por lo que han hecho o dejado de hacer mientras fingían gobernar. Todo lo contrario: Borrás pertenece a la especie de los homínidos encantados de haberse conocido.
La conversión del entramado postconvergente al independentismo fáctico ha provocado además movimientos sorprendentes en el tablero del nacionalismo catalán. Si tradicionalmente ERC aglutinaba el voto del independentismo pata negra, la salida del armario indepe de Junts per Catalunya descolocó a los republicanos, que, con Pere Aragonès a la cabeza, tiene más trazas de un partido socialdemócrata escandinavo o de coalición ecologista bávara que de centenario adalid de la causa soberanista catalana. Tampoco ha ayudado la irrupción en escena de la CUP, tan antisistema como los de Vox, pero al igual que estos tan gustosos del sistema cuando de poner el cazo se trata.
Ya es un lugar común de la crónica política destacar las dotes oratorias de Alejandro Fernández. Y además exhibe una campechanería digna de Ronald Reagan, uno de sus referentes ideológicos de juventud. Ahí es nada. Fernández ha hecho una buena campaña. Tal vez no le haya beneficiado el desembarco de dirigentes nacionales del PP. Trajo a Ayuso, que, con las maneras de una Thatcher cheli, contó una cosas locas de catalanes hablando catalán en Madrid; trajo a Casado, y se montó un cirio por sus declaraciones sobre el 1-0 que dudo mucho que gustasen a su electorado y que puede que empujen algunos indecisos a dar su voto a Vox, ya que, según todas las encuestan, es difícil que se lo den a Ciudadanos. La formación naranja vive su particular hundimiento del Titanic. El pasado pasa factura. Desde aquel giro sorpresivo a la derecha de Rivera, que soñó el sorpasso al PP, los de Arrimadas buscan su lugar en el sol y darían su reino por ubicarse de nuevo en la moderación. Puede que ya sea demasiado tarde. El centro no paga a traidores.