La intemperie moral
«Margarit decía que lo único que combatía la intemperie moral era la poesía, la música, la literatura, la pintura»
Casi todo el mundo medianamente sensato sabe que la literatura no sirve para mucho. Servir, servir, sirve el médico o el bombero. El científico, por supuesto. Pero un día leí los poemas de Joan Margarit y cambié de opinión: «Te están echando en falta tantas cosas. / Así llenan los días / instantes hechos de esperar tus manos, / de echar de menos tus pequeñas manos, / que cogieron las mías tantas veces». Creo que no hay momento ni día que lea estos versos y algo se tuerza por dentro.
Con Margarit entendí que había dos tipos de intemperies: la física y la moral. Decía el poeta que la intemperie física en el mundo occidental apenas existía porque la técnica la había resuelto: si hacía calor, se ponía el aire acondicionado. Si hacía frío, la calefacción. Todo estaba solucionado. Pero la otra, la moral, ¿cómo se resolvía? «¿Qué botón aprieta uno cuando su hijo se le muere? ¿Qué herramientas existen?», se preguntaba él, que había perdido a dos de sus hijas: Anna, recién nacida, y a Joana, que padecía el síndrome de Rubinstein-Tayba y cuyos últimos meses de vida inspiraron uno de los poemarios más famosos de la poesía española: Joana.
Margarit decía que lo único que combatía la intemperie moral era la poesía, la música, la literatura, la pintura. Todas estas bellas cosas tenían una característica en común terrible: uno necesitaba conocerlas bien para que fueran útiles. Por eso era tan necesaria la cultura y la educación.
Una vez leí aquellas palabras de Margarit creí entenderlo todo. Pero claro, ahora él se ha muerto, sus poemas jamás se renovarán y nos quedamos un poco más solos. Hoy, un lector llamado Francisco García Castro escribía en su periódico de referencia una hermosísima despedida a Margarit: «Un poeta menos es un problema más. Tenemos un problema: Joan Margarit ha fallecido. Es cierto que amanece y la vida continúa su andar por la impecable e indestructible línea recta, sí, pero igual de cierto es que, aunque imperceptible a primera vista, tenemos un problema. Adiós, Joan Margarit. Gracias».