¿Por qué?
«Explicar la crisis sanitaria solo con números es como tratar de argumentar las infidelidades contando muescas en la cama»
La televisión pública belga se ha comprometido a reducir las noticias relacionadas con la pandemia[contexto id=»460724″], para que no superen la mitad del tiempo de sus informativos. La medida pretende contentar a los televidentes, que se quejan de que la sobreinformación covidiana les provoca angustia y ansiedad: ¡el telelediario!
En 1961, un visionario Cunqueiro denunciaba que la abundancia e instantaneidad de las noticias «es una de las causas mayores de la confusión ambiente y eleva la emoción a grados intolerables». Pero no hay una fuerza superior que nos obligue a permanecer ante la pantalla, ni son los telediarios aquel cartucho de entretenimiento imaginado por Foster Wallace, tan adictivo e hipnótico que resultaba mortal. Aun así, se entiende el hartazgo por la cobertura mediática de la enfermedad, pero no tanto por una cuestión de cantidad como de enfoque: sobran números, porcentajes, ejercicios de futurología, y faltan porqués.
Estamos acostumbrados a que el periodismo escarbe en las motivaciones de cualquier suceso truculento buscando una hipótesis que calme el horror, como si el mal siempre tuviera una justificación. Por eso sorprende que, con 90.000 muertos, no indague más allá del dato. No se aclaran las causas de esas defunciones; ni por qué fallecen los pacientes «sin patologías previas»; ni cuáles son los tratamientos empleados; tampoco por qué Cantabria resiste mejor que sus vecinos. ¿Es que también el virus huye de Revilla?
La estadística coronavírica es el nuevo opio del pueblo. «La estadística, como la elocuencia, es un arte de engaño; pero, en cambio, ¡qué amenidad la suya!», observó Camba en 1914. Explicar la crisis sanitaria solo con números es como tratar de argumentar las infidelidades contando muescas en la cama. Conocer la cifra diaria de muertos o contagiados sirve de poco si no se arroja luz sobre los orígenes de la infección, si no se extrae un aprendizaje, un escarmiento en covid ajena, conclusiones prácticas: si hay forma de prevenir los trombos, cómo no contaminarse con un enfermo en casa, o si existe evidencia de contagio por alimento o envase que nos fuerce a seguir enfrentándonos a la compra como a un enjambre de avispas asiáticas. Tampoco parece útil anticipar venideras olas cuando aún estamos intentando salir del revolcón de la tercera. «¿Es un entrenamiento para una pandemia en el futuro?», planteó A3 a la OMS, que todavía no sabe a qué animal culpar del virus; será al chivo expiatorio. A menudo el periodismo pide respuestas para las que nadie se hace preguntas, como si hubiera que enmascarar con interrogantes inútiles las cuestiones importantes.
Hay una etapa en la que los niños preguntan el porqué de todo. Es una edad maravillosa para viajar a Marte o irse a criar pangolines, y una buena razón para adoptar gatos —otra, los grupos de whatsapp del colegio—. Esta demanda constante de explicaciones es un síntoma de desarrollo del pensamiento y una herramienta para entender el mundo. Quizá podamos comprender cuanto nos rodea cuando volvamos a preguntar, como niños —o como Mourinho—, «¿por qué?», y alguien tenga paciencia para respondernos. Pero, como apunta Céline en su Viaje al fin de la noche, «nunca, o casi nunca, preguntan el porqué, los humildes, de lo que deben soportar. Se odian unos a otros, con eso basta».