La hija no deseada
«El feminismo nace a la fuerza, nace como una hija no deseada de la Ilustración»
La Revolución Francesa, espíritu de los sistemas democráticos actuales en Europa, no tuvo nada que ver con las mujeres. Esta afirmación tan dura, evidentemente, tiene un porqué y un contexto, y es que si nos remontamos a la época de la Ilustración nos sobran nombres de eruditos dedicados a pensar sobre este periodo; un espacio temporal que trajo algunos de los cambios más bruscos y determinantes de la Historia. Son incontables los ilustres que, a partir del siglo XVIII se dedicaron a pensar, a legislar y a organizar: Rousseau o Kant son algunos de ellos. Resulta curioso que en textos jurídicos de la época como la Declaración de los Derechos del Hombre o la Declaración de Independencia empleen las alusiones al hombre para referirse exclusivamente a eso, al varón. ¿Cómo puede ser que hombres tan doctos y brillantes excluyeran sin despeinarse a la mitad de la población mundial? Quizás se deba a que el pensamiento está atravesado por la ideología dominante –y no la hay más profunda que el machismo–, pero eso es otro tema.
Hasta aquí no creo haber expuesto nada novedoso. Sin embargo, sí me resulta llamativa la naturalidad con la que esto se asume, se explica y se estudia. Como si nunca hubiera existido oposición a esta injusta realidad, como si todo hubiera sucedido con la conformidad de las oprimidas. No es cierto. Fueron muchas las mujeres que lucharon por formar parte del proyecto ilustrado, que generaron debate y conocimiento no solo sobre el contexto general sino también sobre la misma desigualdad de las mujeres. Sin ir más lejos, Mary Wollstonecraft escribió Vindicación de los Derechos de las Mujeres, que es de gran importancia porque convierte las quejas de las mujeres en reivindicaciones articuladas que sirven como germen de la teoría feminista. Destaca también en este mismo sentido la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, uno de los primeros textos de corte jurídico que plantea la emancipación femenina.
Sin duda, son muchísimos los ejemplos de mujeres que explican la resistencia activa contra el machismo en el surgimiento de los sistemas políticos contemporáneos. El feminismo nace a la fuerza, nace como una hija no deseada de la Ilustración. El feminismo es una respuesta molesta e incómoda a una época que, pese a ser el florecimiento de la Razón, no reservaba por voluntad propia ningún lugar para las intelectuales ni para el resto de las mujeres.
Parece evidente que todo esto supuso un claro cisma en la Historia, una realidad que lo marcó todo y que tuvo innegables efectos en el devenir de las sociedad actuales -no olvidemos que hablamos del papel de la mitad de la población-, pero sorprendentemente se pasa de puntillas por ello; apenas tiene relevancia educativa o cultural a no ser que se opten por la formación feminista autónoma o por estudios específicos. Quizás esto explica, en parte, por qué las mujeres seguimos peleando, en esencia, por lo mismo: un espacio justo para existir más allá de nuestro sexo. Más de dos siglos después de que esta pugna ideológica empezara, las mujeres continuamos siendo agredidas sexualmente, sufrimos la brecha salarial, vemos nuestros derechos reproductivos peligrar de tanto en cuanto y parece que tenemos que conformarnos con una suerte de igualdad de derecho que, de hecho, sigue funcionando bajo la tutela del hombre porque las mujeres apenas accedemos al poder real.
Es agotador tener que seguir escuchando argumentos gradualistas que desgastan nuestra paciencia. Estamos cansadas; pero sobre todo estamos hartas. Por eso, este 8 de marzo no sé cómo ni dónde, pero volveremos a exigir un futuro mejor para las que vienen.