THE OBJECTIVE
Lea Vélez

El ala oeste del feminismo

«Quiero que las mujeres dejen de estar al servicio de sus parejas, de sus jefes y, también, del puñetero guionista de ficción»

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El ala oeste del feminismo

Warner Bros

Aaron Sorkin es un dios para los guionistas. El ala oeste de la Casa Blanca, una serie de culto que muchos de los escritores de TV hemos visto más de dos y más de tres y más de cinco veces en distintas épocas de la vida. Con toda la emoción de las elecciones americanas, se me ocurrió verla con los hijos, iniciarlos en la religión Sorkin. Por supuesto, la serie les encanta, y a mí me sigue gustando a pesar de su grandilocuencia e idealismo imposibles, pero madre mía, qué cabreos me voy cogiendo cuando los personajes masculinos son constantemente paternalistas con las mujeres, se dirigen a ellas con apodos cariñosos, las infantilizan, les sacan las castañas del fuego o las rescatan de los entuertos. Con la excepción de CJ Craig, la jefa de prensa de la Casa Blanca, que es eficaz como nadie, y de Nancy, la Secretaria de Defensa, que es fuerte como una torre, todas las mujeres que aparecen son inteligentísimas secretarias, eficacísimas ayudantes, confidentes, protegidas, que lo dan todo «por su hombre», que les meten el pañuelo en la chaqueta, son tradicionales, les hacen la vida más fácil, les retocan la corbata, adoran a sus protagonistas en lo laboral y también y, por supuesto, en la secuencia de ficción, haciéndome gritar cada poco a la pantalla «¡Pero por Dios, ya, búscate otro jefe, que solo te quiere para que le escuches hablar de lo que sabe!».

Un subterfugio que usamos mucho los guionistas para explicarle al espectador algo complicado sin que se note, dar información, es que un personaje novato o más naif le pregunte a otro cómo funciona tal cosa. El censo de los Estados Unidos, por ejemplo, en uno de los capítulos. Indefectiblemente, es una mujer, la pobre, la que no sabe nunca nada del tema y se lo pregunta a uno de los expertos consejeros del presidente que se lo explica con un didactismo que da igual el humor y el gracejo de los diálogos, es hoy día para morirse de vergüenza ajena. Ellos les dan mil detalles, les echan el brazo por encima, reciben de sus manos café, bocadillos y sustento, les roban el sándwich, incluso, y las protegen en su suave feminidad. Cuando dicen «ellas mandan» como esposas respondonas, ellas nunca mandan al final de la trama, es una cosa que ellos dicen, nada más y que quizá ellas terminan creyendo. Ellas les preguntan si están guapas con su vestido nuevo para la fiesta del Presidente, les piden consejo y les idolatran. Adoro El ala oeste de la Casa Blanca, pero me parece estar viendo una película de los años cuarenta y como no es una película de los años cuarenta, me encuentro ahora gritando: «¡Pero mándalo a la mierda con su paternalismo, ya, mujer!» y me río de mí misma, comprendiendo cómo ha cambiado mi percepción de lo que era entonces una mujer, de lo que debería ser una mujer y de lo que todavía es una mujer. Hace veinte años, era ser una eficacísima secretaria, quizá jefa de prensa, si te dejan o una excepción, como la Secretaria de Defensa. Hoy, me temo, que en la vida corriente, también.

Revisitando de nuevo una serie de TV por la que ha pasado el tiempo a pesar de su calidad, comprendo que aquello que entonces me parecía tan moderno, no es tan distinto ni por situaciones ni por mentalidad ni por cultura de las películas americanas de periodistas de los años cuarenta, de la idea que se tiene de lo que es una mujer trabajadora y me pregunto si verdaderamente algo ha cambiado o si solo ha cambiado la forma de narrar el cuento y la percepción que tenemos de nosotras mismas.

¿De verdad ha cambiado el punto de vista masculino sobre lo que debe ser una mujer? ¿Sobre lo que se espera de nosotras? ¿Y el femenino? ¿Ha cambiado nuestra percepción de nosotras mismas o seguimos siendo la que apoya, la criada de nuestros hombres, la que gestiona todo esto incómodo que quita tiempo del día: burocracias, fontaneros, tutorías, la que sacrifica una carrera por que él la tenga y la lleve a lo más alto?

No digo que las mujeres no tengamos más derechos que hace veinte o cuarenta años, que la lucha por que no nos paguen menos, no nos releguen a puestos que mantengan el status quo del empoderamiento masculino, no haya logrado abrir caminos, pero no sé si de verdad no será todo una gota en el océano y en realidad estamos igual que hace veinte años solo que con otra percepción televisiva de lo que es inadmisible, profundamente engañadas. ¿No serán las nuevas ficciones en las que hemos llegado a lo más alto el gran engaño colectivo? ¿Qué pensaremos al ver las series de hoy dentro de veinte años?

Quizá ahora los hombres ya no nos llamen tanto «guapa» o «corazón» sin conocernos de nada o quizá haya más mujeres ministras o nos ofendamos por el mansplaining constante sin aceptarlo como lo normal, pero en la sociedad de a pie, la que no es noticia, ni de película, ni sale en la foto, de verdad los roles… ¿se están igualado?

Hoy las series se han puesto las pilas, las mujeres mandan mucho en ellas, pero me gustaría que no mandaran solo en el cuento, que no gestionaran solo en la ficción. Quiero que las mujeres no dejen sus carreras porque es imposible tener hijos y quererlos y darles lo que necesitan trabajando todas las horas del día para llegar a lo más alto o para, simplemente, sacar un trabajo anodino adelante que es preferible abandonar para apoyar las mejores oportunidades que tiene el marido varón. Quiero que las mujeres dejen de estar al servicio de sus parejas, de sus jefes y, también, del puñetero guionista de ficción.

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