La heroicidad prudente
«No estoy tan segura de que la calidad y decencia política haya progresado a la misma velocidad que las conquistas sociales»
El mural dedicado a Nevenka Fernández -que ilumina buena parte de una calle en Ponferrada- es el triunfo de una heroína prudente. No es habitual encontrar esta clase de épica. Los héroes han sido siempre aquellos que luchaban, sí, pero no los que después se recluían en países remotos para lamer sus heridas. Nevenka podía haberse en España, en Ponferrada, para jactarse de su triunfo y aniquilar socialmente a un hombre que antes había hecho lo mismo con ella. Sin embargo, decidió marcharse cerca del mar a construir una vida nueva.
Quizás, si no lo hizo, es porque tenía a otro hombre bueno a su lado, más importante y callado que el fanfarrón alcalde. Otro héroe prudente que desde el acompañamiento le ayudó a rebelarse. El arte de acompañar a alguien, sin atosigar y con cuidados delicados necesita tiempo para aprenderse, aunque hay algunos que lo desarrollan de un modo innato. El arte de acompañar es una de las máximas expresiones de la bondad.
La mujer más importante del documental Nevenka que ha estrenado Netflix es Charo Velasco, la portavoz socialista en el Ayuntamiento de Ponferrada. Y si digo que es la más importante -sin contar, por supuesto, a la propia Nevenka- es porque no dudó un segundo en creer a la joven. Uno de los momentos más apasionantes del documental es cuando Velasco, tras conocer de primera mano la versión de Nevenka y ver en ella a «una mujer destrozada», reúne a su grupo de concejales y les pide que no ataquen en ningún momento a la concejal de PP cuando se anuncie un turbio asunto en los próximos días. Todos le hacen caso y se convierten en un escudo para Nevenka. Son la red inesperada de apoyo en la que caer. El Estado y la Ley había nombrado a otro como su protector, el Fiscal García Ancos, pero resultó ser el verdugo imprevisto.
Me preguntaba estos días de decepcionante y repugnante fanfarria política si algo así sería posible hoy, es decir, si algún político de los que llenaron esta semana el Congreso de los Diputados de insultos y desprecios se atrevería a dejar a un lado el rédito político para convertirse, de pronto, en un héroe prudente. Es cierto que la sociedad que hoy ve con estupefacción el documental de Netflix es la misma que enarbolado el #MeToo como bandera pero no estoy tan segura de que la calidad y decencia política haya progresado a la misma velocidad que las conquistas sociales.
En Oráculo manual y el arte de la prudencia, un libro de Baltasar Gracián de 1647, el jesuita y escritor del Siglo de Oro describe en uno de sus aforismos que existe el arte de saber desviar a otro los males: «Una buena estrategia de los que gobiernan es tener escudos humanos contra la malevolencia. Tener en quién recaiga la crítica por los desaciertos y el popular castigo de la murmuración no obedece a incapacidad, como piensan los maliciosos, sino a depurada destreza. No todo puede salir bien ni se puede contentar a todos. Debe haber un testaferro, blanco de los errores por su propia ambición ilegítima». La cita de Gracián es certera todavía hoy en una clase política que debería más leer a estos clásicos y ver menos series de televisión con intrigas de gabinete. Intentar, en todo caso, educarse en la heroicidad prudente.