De Madrid al cielo: dos asaltos al 5%
«Isabel Díaz Ayuso es una insuperable encarnación del madrileño: de todos los nacidos en algún lugar de España que vienen a Madrid a ganarse la vida con total determinación de hacerse un hueco en la clase media»
Les habíamos sobrevalorado mucho, muchísimo. Tan machacona había sido la propaganda que los engalanaba con la deslumbrante túnica de imbatibles maestros del ajedrez político que nos ha dejado pasmados descubrir que solo saben jugar al parchís con fichas del risk: ‘me como Murcia, cuento veinte y -de camino- me como Madrid, Castilla y León, cuento otras veinte y te mando a casa’. ¡Venga ya! Ni ajedrez, ni damas, ni backgammon, ni go… Al parchís, y gracias.
Los genios del parchís están sobrevalorados porque impresiona mucho saber que habitan en La Moncloa, que se cuentan por centenares y que tienen a su disposición toda la maquinaria demoscópica del Estado al servicio del Gobierno. Y porque son multitud los solícitos juglares felices de relatar sus venturosas operaciones de éxito, con complejos cálculos milimétricos de acción-reacción. Y también porque, hasta el fiasco murciano, más de un triunfo llevaban en la mochila.
Precisamente por esa combinación de fama, medios y recorrido sería un error garrafal pasar de la sobrevaloración al desdén, con la vista puesta en el 4 de mayo. Un poco de sangre fría y algunos datos. Ese primer martes de mayo se elegirán en la Comunidad de Madrid 136 diputados; ahora son 132. El número crece porque ha crecido la población y la medida es de un diputado por cada 50.000 habitantes en una región con casi siete millones de personas abigarradas en 8.000 kilómetros cuadrados. Con 136 escaños el reparto entre partidos es estrictamente proporcional, es decir, caben todos con el único límite del 5% de los votos como barrera de entrada.
Las primeras encuestas tras la convocatoria electoral -provocada por el terremoto murciano- ofrecieron dos noticias: una difundida y otra no. La difundida hizo saltar las alarmas en Podemos y Ciudadanos. Los dos potentísimos partidos de la nueva política -los dos que vinieron a limpiarlo todo- se acercaban peligrosamente (y por abajo) al 5%. Es decir, podían quedarse fuera. La no-difundida partía en dos bloques prácticamente simétricos al electorado: una mitad para la izquierda, incluido Podemos, claro, y la otra mitad para la derecha, incluido Ciudadanos, ¿en serio?
La reacción de Podemos y Ciudadanos (a la difundida) es bien conocida. Decidieron cambiar su cabeza de cartel por lo que consideran su mejor opción: Pablo Iglesias y Edmundo Bal.
El agitador de «el cielo no se toma por consenso, se toma por asalto» evaluó por sí y ante sí las mejores opciones para un Podemos en extinción. En vídeo grabado desde su despacho de vicepresidente nos contó su decisión: saltaría del Consejo de Ministros a lo más alto de su ego. Se apunta así al castizo camino «de Madrid al cielo», en busca de un asalto al 5% con (también) cinco estaciones:
1.- no quedar el último,
2.- no quedarse fuera,
3.- intentar superar, siquiera por un voto, al partido de su excompa Errejón,
4.- buscar hueco mediático como presunto líder (in)moral de todo lo que queda a la izquierda del PSOE,
y 5.- (esto es lo más difícil) reinventarse como una suerte de ‘Galapagar Buru Batzar unipersonal’ para, desde sí mismo, apoyar o boicotear al Gobierno de Sánchez según convenga.
Las cinco estaciones del candidato de Podemos en su asalto al cielo de Madrid orbitan en torno a lo único que sabe hacer: insultar y amenazar. Ahora insultar a Isabel Díaz Ayuso y amenazarla con la cárcel (podría decir la cheka, pero aún no se atreve). El insulto y la amenaza son su motor electoral para no desaparecer engullido por los fantasmas de sus purgados… porque conviene recordar que Iglesias no sólo genera un lógico rechazo entre los votantes de derechas.
El otro partido que frisaba el 5% de la extinción es el de centro-centrado, el partido-bisagra que decidió ponerse a cambiar puertas para entregárselas todas a Pedro Sánchez como salvoconducto de supervivencia.
Tenían un vicepresidente en Madrid donde fueron el tercer partido más votado en mayo de 2019, pero Ignacio Aguado convencía tanto a propios y extraños que decidieron cambiarlo por Edmundo Bal, abogado del Estado y portavoz parlamentario. Decidieron, o decidió Inés Arrimadas, porque a Bal le han salido una decena de competidores para las primarias de Ciudadanos en las que se dilucidará el cabeza de lista. De momento, Bal tiene más fácil ganar sus primarias que garantizar el 5% del voto de los madrileños para una bisagra entregada en prenda a Sánchez. Porque ése es el problema de fondo: el partido que proclamaba la utilidad en la política como seña de identidad amenaza con devenir en inútil.
La disputa quedará entre cuatro o seis, según logren o no Podemos y Ciudadanos su asalto al 5% del cielo de Madrid. Y, de los seis, cuatro pretenden que sean unas elecciones para echar a Ayuso. Tan amplia coalición en contra invita a todo menos al triunfalismo. De Vox solo puede esperarse un respaldo crítico; posiblemente muy crítico.
Prepárense. Nos esperan seis semanas de todos contra Ayuso. Que si loca, que si IDA… A su favor juegan las encuestas y algo que no mide ninguna encuesta. Isabel Díaz Ayuso es una insuperable encarnación del madrileño: de todos los nacidos en algún lugar de España que vienen a Madrid a ganarse la vida con total determinación de hacerse un hueco en la clase media, aunque sea media-baja, para sí mismos y para sus hijos; de esos echaos p’alante sin miedo a nada, ni al miedo; de todos los desertores del arao -y de sus descendientes- que siguen creyendo, con fe de carbonero, que nadie es más que nadie si no hace más que nadie.
Todos esos, y son mayoría en Madrid, irán a votar a Ayuso el 4 de mayo como un solo hombre, o una sola mujer. Pero nada está hecho: también serán muchos los que votarán en contra.