Eso de irse
«Ha sido un placer, dentro del momento que vivimos, el escribir aquí»
Aprender a irse es una lección, de vida y de todo. Por eso, por despedirme, dice López Sampalo con prosilla gaditana que sí, que por Puerta Tierra me llaman «El Mortaja» por lo bien que entierro. El adiós es una sevillana y, si echo la vista atrás, me veo en una gasolinera de las que tanto le gustan a Chema Nieto dándole el adiós a Rita Barberá en estas columnas y en esta casa. También le hemos intentado dar el adiós a Irene «Japiberdey» Montero, pero entre lo de Rociíto y que se agarra Irene al roqueo con testosterona vodevil de Galapagar, hemos fracasado en ese intento. También aquí hemos dicho adiós a Ciudadanos, partido que hoy cabe en un 600 en el que, como en la Granada de Lorca, ya solo reman los suspiros. Y la demagogia del centro. Pero por eso mismo, el adiós y el hola son dos fórmulas de cortesía que hay que usar en esto del periodismo literario que hacemos aquí, y ya van algunos años y algunas canas.
Yo, como Machado, ni un Bradomín he sido ni un Pantuflo de ideas, sino más bien un hombre de acción como Hemingway, aunque me tuviera que detener en el instante congelado de una foto, que es también una forma de decir adiós a los protagonistas del presente, que es el pan nuestro de cada día. Aquí uno ha sido feliz con sus prosas, pero toca dejarles de tocar (sic) la mollera mensualmente y volverme al huerto, como el clásico Fray Luis.
Como tengo escrito, me gusta irme por la Puerta Grande, pidiendo perdón a quien corresponda y justificándome en eso que llaman el animus iocandi, que es un latinajo que siempre me gustó.
Ha sido un placer, dentro del momento que vivimos, el escribir aquí. Diría que nos vemos en los bares, pero nos han mutilado las barras, que es Occidente.
Disculpen la lagrimilla y las cosas que me quedan sin contar. Voy a cortar el rosal, limpiar de coruja el suelo y ponerme aquí con Lupo a ver qué se cuece por el Tinder.