THE OBJECTIVE
Josu de Miguel

Consensos pedagógicos

«En la universidad los corrillos de profesores casi siempre terminan con la misma letanía doliente: cada año se baja más el nivel de exigencia»

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Consensos pedagógicos

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Llega el momento de desarrollar la nueva Ley Orgánica de Educación (LOMLOE). El reglamento que entrará en vigor en septiembre establece una pedagogía aún más avanzada: menos memoria y más competencias. España siempre a la vanguardia, como dice la ministra del ramo. Se trataría de preparar a los jóvenes para un futuro incierto, es decir, otorgarles herramientas funcionales que les permitan abordar los desafíos del mundo que viene. Es curioso, porque llevamos unas cuantas décadas con toda esta jerga y diría que el resultado ha sido el inverso: la desaparición de los contenidos en la escuela ha conducido a una inflación de títulos y un mundo laboral precario y orientado hacia los servicios.

En la universidad los corrillos de profesores casi siempre terminan con la misma letanía doliente: cada año se baja más el nivel de exigencia, los estudiantes muestran más carencias cognitivas y el volumen de mediocridad crece sin solución de continuidad. Quizá la nostalgia nos nuble la vista o quizá la estructura universitaria debiera repensarse radicalmente para que deje de ser un garaje de parados, lo que implicaría acabar con decenas de titulaciones absurdas y un modelo de educación excesivamente masificado. En todo ello, por supuesto, tenemos una elevada responsabilidad los profesores, que hemos secuestrado la institución a partir de una autonomía universitaria mal pensada y peor desarrollada.

Ante este panorama, uno no deja de tener la sensación de traición generacional. La traición consiste en las toneladas de basura pedagógica que impiden a nuestros jóvenes leer, escribir y expresarse correctamente. La semana pasada vi por casualidad el documental El año del descubrimiento (Luis López Carrasco), que aborda los sucesos de Cartagena que condujeron en 1992 a la quema del Parlamento autonómico de Murcia. Predomina la comparación generacional: los padres que se rebelaron contra la reconversión industrial dialogan indirectamente, en condiciones de superioridad intelectual, con unos hijos que necesitan empleo, expectativas familiares y una cierta seguridad económica. Pero, ¿pueden alcanzar ese reino sin un lenguaje articulado y un bagaje cultural mínimos?

Es falso que hayamos llegado a este punto por los famosos «vaivenes políticos» en la materia. Recuerden el follón que se montó cuando vino Wert con su reforma: docentes, colegios y administraciones se conjuraron contra lo que se consideraba una iniciativa retrógrada, privatizadora y meritocrática. Hoy estamos a las puertas de la revolución pedagógica de siempre y, con singulares excepciones, el ambiente es de cómplice silencio. Será porque hemos llevado a las Cortes las ideas predominantes en la materia o porque la comunidad educativa comulga con la ideología de la mayoría gubernamental. En ambos casos se demuestra que en España el consenso educativo es poderoso: consiste en administrar una papilla de valores y destrezas que hurta el futuro a unos jóvenes a los que además regañamos por saltarse las normas del confinamiento.

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