THE OBJECTIVE
Paula Fernández de Bobadilla

Los buenos

«Dice Javier Gomá que Marías es el tipo de filósofo que nos hace mejores cuando lo leemos. Una de esas personas que brilla porque hace que brillen los que le rodea»

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Los buenos

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«Que por mí no quede» era el lema de Julián Marías, y podía haber sido también el de mi abuelo Mauricio. Ambos fueron ejemplo de hombre que se viste por los pies: rectos, íntegros y honrados, sí, pero sobre todo –y fundamentalmente– buenos. Tengo un amigo que dice que a él, por fortuna, lo educaron para ser bueno, no para ser feliz. Me gusta mucho la frase porque creo que la bondad está infravalorada y que siempre se queda muy atrás en la lista de esas cualidades imprescindibles que queremos inculcar a nuestras criaturas para que triunfen en la vida. Sin embargo, la bondad tiende a salir a la superficie aunque nadie la esté mirando y eso, para mí, le da un atractivo especial: no se puede esconder. Se la reconoce enseguida porque brilla sola, pero cuando de verdad reluce y lo contagia todo es cuando va acompañada de la inteligencia. Y hay algo más: hacer las cosas bien pudiendo hacerlas mal, ser bueno porque te da la gana, es prácticamente una provocación.

En el 80 cumpleaños de Marías, su hijo Javier escribió un artículo en el que hablaba sobre la disposición entusiasta e ingenua que había acompañado a su padre toda la vida, la de «un hombre que está dispuesto a dejarse engañar, a correr ese riesgo infinitas veces antes que recelar o andarse con reservas, como si esta última actitud fuera en sí tan estéril que no valiera la pena incurrir en ella tan sólo por protegerse». Este rechazo a protegerse que veía Marías en su padre es el mismo que veía yo en mi abuelo. Me da la sensación de que ambos consideraban que desconfiar del prójimo era una pérdida de tiempo lamentable, que es algo que me encanta por dos cosas, principalmente. La primera es que estar todo el día recelando es muy costoso y, además, no te garantiza nada. El que te la quiere dar, te la da. Y la segunda, que es mi favorita, es que lo que yo leo en esta decisión de vivir aparentemente desprotegido, al raso, es una resistencia a dar a nadie por perdido.

Esta cortesía, esta obstinación por conceder siempre el beneficio de la duda, la extendía mi abuelo a cualquiera que se cruzase en su camino, empezando por sus nietos. Jamás nos hablaba desde arriba, no le costaba ponerse a nuestra altura y, al hacerlo, nos elevaba hasta donde él estaba como el que no quiere la cosa. Daba igual la edad. Depositaba una confianza en nosotros a la que no estábamos acostumbrados, y no era porque pensase que éramos santos o que no nos conociera; nos conocía divinamente. Aunque sabía de sobra que podíamos engañarlo en cualquier momento, no estaba dispuesto a permitir que eso definiera su relación con nosotros y, dejándonos hacer, lograba unos resultados sorprendentes. Conseguía que intentásemos ser mejores de lo que éramos, tan buenos como podíamos llegar a ser. Claro que hubo muchas veces en las que no estuvimos a la altura, pero la diferencia estaba en que si se la colábamos a él, la sensación de triunfo era más bien agridulce. Es difícil disfrutar de salirte con la tuya si estás con las orejas gachas. 

Dice Javier Gomá que Marías es el tipo de filósofo que nos hace mejores cuando lo leemos. Una de esas personas que brilla porque hace que brillen los que le rodean. Yo he tardado mucho tiempo en darme cuenta de que lo que pretendía mi abuelo concediéndonos esta libertad para equivocarnos era darnos la oportunidad de ser buenos. Unas veces lo conseguíamos y otras no. Vivir sin bajar la guardia, obligarte a hacerlo bien incluso cuando no hay nadie mirando, no está al alcance de cualquiera. Y aunque es verdad que a veces podíamos llegar a sentir el peso de tanta ejemplaridad, lo cierto es que al final nos espoleaba para intentar superarnos. Hace ocho años que no está con nosotros, pero me jugaría cualquier cosa a que sus siete nietos –bien simpáticos aunque lejos aún de la excelencia– siguen preguntándose cada vez que se encuentran ante una situación difícil «¿Qué haría abuelo?». Por nosotros, que no quede. 

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