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Félix de Azúa

El caso de Félix Ovejero

«Hay algunos ataques a la libertad de expresión que ya no vienen de instituciones políticas o religiosas, sino de un poder nuevo y sumamente peligroso, pero al que aún no se les ven los colmillos»

Opinión
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El caso de Félix Ovejero

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Hay algunos ataques a la libertad de expresión que ya no vienen de instituciones políticas o religiosas, sino de un poder nuevo y sumamente peligroso, pero al que aún no se les ven los colmillos. Les voy a contar el caso del profesor Félix Ovejero, docente de Filosofía Política en la Universidad de Barcelona.

Ovejero es un conocido teórico, especializado en las dificultades para que el secesionismo acepte el juego democrático. Su último libro se titula, justamente, Secesionismo y democracia. Es también muy conocido por ser quien puso en circulación la crítica más aguda de las actuales formaciones izquierdistas en su La deriva reaccionaria de la izquierda. Sus artículos y ensayos no son divulgativos, sino analíticos. Por eso, a pesar de ser un claro exponente de la izquierda ilustrada, le atacan muy violentamente los izquierdistas y sus aliados nacionalistas.

Pues bien, a finales de abril el profesor Ovejero constató que Facebook le había cerrado su cuenta. Durante una semana en su pantalla aparecía una ventana que decía:

«Si seguimos considerando que tus publicaciones o comentarios no cumplen nuestras Normas comunitarias, tu cuenta seguirá inhabilitada. Nuestro objetivo es garantizar la seguridad de las personas en Facebook, por lo que no podrás usar Facebook mientras revisamos tus publicaciones y comentarios».

Es un lenguaje que recuerda al de Orwell. En ningún momento le dijeron a qué publicaciones o comentarios se referían. Por otra parte, no era un bloqueo temporal, que es lo que suele suceder cuando hay una sospecha hasta que se comprueba el mal uso de los mensajes. Era la pura y simple eliminación.

Este es un caso muy raro y excepcional. Es también lo que le sucedió a Trump, por ejemplo, con Twitter. A mucha gente le gustó aquella cancelación, pero no vieron (no vimos) que en cualquier momento la empresa podía decidir el cierre de todo aquello que le molestara.

Al cerrar de golpe su cuenta sin darle la oportunidad de rescatar los contenidos, entre otros daños Ovejero perdió documentos, cartas, fotografías, publicaciones académicas y artículos que estaban en la cuenta. Y también sus cinco mil contactos.

Pero todo era muy sospechoso. Para cerrar una cuenta son necesarias o bien miles de denuncias que por lo general sólo se pueden producir mediante grupos organizados y robots, o bien por iniciativa de algún vigilante del centro de control de publicaciones. No está de más recordar que la sede de ese centro está en Barcelona.

Los motivos oficiales para un cierre de cuenta son, sobre todo, utilizar un perfil para uso empresarial, publicar contenidos ofensivos o insultantes, la pornografía, el uso de un perfil falso de una persona irreal, suplantar a una persona real, no respetar la propiedad intelectual, en fin, toda una retahíla de motivos bastante racionales, en ninguno de los cuales cabía ninguna de las entradas de la cuenta de Ovejero.

Lo increíble es que las denuncias son anónimas y no hay modo alguno de defenderse. El profesor Ovejero trató de conectar con alguien que respondiera o le diera explicaciones sobre el cierre de su cuenta, pero se estrelló una y otra vez contra un muro. Se sintió más indefenso que durante la censura franquista.

Este ataque contra la libertad de expresión es sumamente grave. Se trata de una empresa privada que decide lo que podemos decir y lo que no debemos decir. Imaginen ustedes que Telefónica nos cortara el teléfono cuando dijéramos algo que no les gustara a los directivos.

Sin embargo, la cuestión decisiva es esa, ¿qué directivo? La censura es tan escandalosa que algunos expertos en redes le han comentado al profesor Ovejero que parece un fallo del sistema. Lo grave es que, aunque así fuera, tampoco es posible entrar en puerta alguna de Facebook para enmendar el fallo. Ante estas dificultades no ha de extrañar que se disparen las conjeturas acerca de un ataque por parte de grupos políticos organizados en las redes. O directamente de algún responsable de la central de Barcelona, ciudad dominada por los secesionistas en todos los cargos de importancia estructural.

Buena parte del público aquí presente pertenece a la profesión periodística. Imaginen por un momento que estos enormes colosos comienzan a controlar, más de lo que ya lo hacen, los contenidos de su profesión. ¿Quién les plantará cara? ¿Y con qué mecanismos?

Dicho como conclusión: los actuales enemigos de la libertad de expresión son mucho más poderosos que los dictadores clásicos. Debemos comenzar a combatirlos.

(Contribución a la sesión sobre Libertad de Expresión que tuvo lugar el 3 de mayo en la sede de la Asociación de la Prensa de Madrid)

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