THE OBJECTIVE
Manuel Ruiz Zamora

Yo también quiero ser Juana Rivas

«Hace ya unas cuantas décadas desde que hombres y mujeres tenemos reconocidos en España exactamente los mismos derechos»

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Yo también quiero ser Juana Rivas

Pepe Torres | EFE

Los indultos están de moda. Los hay para todos los gustos. Los tenemos para cuestiones políticas y también para los asuntos de género. Al parecer, esta primavera-verano van a predominar los tonos «rápidos, limitados y reversibles», pero hay otras tonalidades que no pueden descartarse. Es el caso del indulto a Juana Rivas, para gran parte del feminismo una suerte de madre coraje a la que se le ha aplicado una legislación intrínsecamente machista. ¿Y que es una legislación machista? Toda aquella que no se arrodille ante el «yo te creo, hermana» y que juzgue los hechos independientemente de cualquier factor de sexo. Es decir, toda forma de Justicia igualitaria (valga la redundancia).

¿Es Juana Rivas una víctima? Así se ha presentado en todo en todo momento. La propia imagen que presidía el artículo de Josu de Miguel en este mismo medio incide en esa iconografía de Dolorosa que, la verdad, queda un poco irritante cuando se practica de forma recurrente y fuera de su ámbito natural, que es la Semana Santa (a ser posible, de Sevilla). La salida de los juzgados de Juana Rivas ha constituido siempre una depurada escenificación del dolor de la injusticia. Un verdadero calvario. Rivas se ha presentado primero como víctima de su exmarido. Luego de una Justicia que es, por definición, heteropatriarcal y machista. Y, ya por último, de quienes la aconsejaron; en primer lugar, los políticos que de forma ventajista sacaron el cuello por ella y unos medios de comunicación, después, que incurrieron a menudo en un juego del sensacionalismo barato.

El propio Josu de Miguel, tan lúcido en otros momentos, llega a escribir lo siguiente: «Vaya por delante mi comprensión hacia Juana Rivas. Como muchas otras mujeres, es muy posible que haya sido víctima de una relación tóxica y patriarcal de la que también sus hijos han resultado damnificados. La sociedad y el legislador deben trabajar para proteger a todas las mujeres que sufren violencia machista o de género, tanto da». Bueno, yo me conformaría con que la sociedad y el legislador trabajaran para proteger a cualquier persona víctima de violencia, independientemente de su condición o sexo (tal vez con la excepción de los niños), pero es que, además, no hay ningún dato que nos permita afirmar que ello haya sido así. Más bien todo lo contrario: según lo que se desprenden de las diversas evaluaciones psicológicas que le han sido practicadas, las verdaderas víctimas aquí de una mujer a la que se define como «manipuladora, lábil y con funcionamiento mental patológico grave» han sido los hijos.

Sí concuerdo con De Miguel en el papel enteramente lamentable que en toda esta interesada instrumentalización política de una situación doméstica han jugado los políticos y gran parte de la prensa (pero no toda, en absoluto). Mucho más grave aún resulta la condenable intervención del Centro de la Mujer del Ayuntamiento de Maracena y, en particular, de la inefable Francisca Granados, que, aunque ha resultado absuelta de una querella por intrusismo presentada por el Colegio de Abogados de Granada, es descrita de la siguiente forma por el juez de la Audiencia Provincial que ratificó la sentencia por cinco años: «La acusada toma parte en una campaña mediática, con rueda de prensa incluida, al frente de la cual aparece una tal Francisca Granados Gámez, quien adoptó la función de portavoz y asesora legal de Juana, llegando a manifestar el 25 de julio [de 2017] que los menores no habían sido entregados». No consta, de momento, que en dicho Ayuntamiento se hayan tomado ningún tipo de medidas ni que haya tenido la deferencia de pedir disculpas a la opinión pública.

Ahora bien, ¿nos permite todo esto calificar a Juana Rivas de víctima? Solo si entramos en esta deriva progresiva que se empeña, cada vez más, en instalar a la mujer en un estado permanente de minoría de edad. Y ello, paradójicamente, desde una serie de presupuestos que no tienen el menor inconveniente en presentarse como feministas. Según estos, la mujer sería un ser ontológicamente desvalido y necesitado, por tanto, de protección, al tiempo que, como demostraría de forma eminente el caso de Juana Rivas, es también irresponsable de sus actos. El indulto, por tanto, no sería sino el acto de perdón y reconocimiento que se le concede a un ser menor de edad incapaz de decidir por sí mismo y que ha incurrido en el error de dejarse engañar perversamente por una serie de instancias con intereses más bien espurios. Por eso, en mi opinión, este indulto, no sólo es, al igual que el que se va a conceder a los golpistas del procés, una bofetada en pleno rostro de la Justicia (otra más a las que nos está habituando este Gobierno), sino también algo más específico: un verdadero insulto para las mujeres en tanto ciudadanas de pleno derecho y responsables de sus actos.

Y aun más: supone un descarado avance en esa aberración que se nos quiere imponer y a la que llaman Justicia con sesgo de género, la cual se sustancia básicamente en dos pilares principales: que toda mujer debe ser creída por el hecho de serlo y que todo hombre es culpable hasta que no demuestre lo contrario. Es decir, la antítesis de lo que siempre ha defendido el pensamiento progresista e ilustrado, empezando por mismísimo Kant, el cual define así su concepto de ilustración: «La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro». Hace ya más de dos siglos que Kant escribió esta palabras y también unas cuantas décadas desde que hombres y mujeres tenemos reconocidos en España exactamente los mismos derechos (los hombres un poco menos, si tenemos en cuenta la presunción de inocencia). Ahora bien, si el camino que vamos a recorrer va a ser en sentido contrario al que apuntaba el genio Kaliningrado, tan sólo puedo decir que yo también quiero a ser Juana Rivas. O, en su defecto, un golpista.

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