THE OBJECTIVE
Gregorio Luri

Sostener el mundo de la vida

«Es conservador el que se empeña en sostener el mundo de las cosas humanas antes que la ola foucaultiana borre el «hombre» escrito en la arena de la playa»

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Sostener el mundo de la vida

RMN-GRAND PALAIS

En un par de artículos de El subjetivo he definido el nihilismo como el intento de sustituir la prudencia por la ciencia. Esto no significa que esté en contra de la ciencia, sino del intento de reducir todo, incluyendo la totalidad de las cosas humanas, a fórmulas matemáticas o, dicho de manera más pedante: estoy en contra de que la ontología se reduzca a la matemática. No se comprende bien lo humano si se ignoran las ilusiones que el hombre proyecta sobre sí mismo y, en general, todo cuanto cuenta de sí mismo. La ciencia es una reducción específica del mundo de la vida, no al revés.

Sospecho que cuando la ciencia se empeña en unificar la manera de conocer todo cuanto hay, sea humano o no humano, está guiada por una pulsión nihilista que parece darle la razón al Donoso Cortés que encontraba una íntima afinidad entre la razón y el absurdo. Aceptemos, al menos, que a la vez que se presenta como la única manera legítima de conocimiento riguroso, la ciencia ha renunciado a tener un concepto de «naturaleza» para pasar a reducir la naturaleza a una pluralidad siempre abierta de discursos científicos (física, química, cosmología, etc.). Aceptemos también que esa realidad que aflora en los discursos científicos se muestra completamente indiferente a nuestras preocupaciones existenciales y, en general, al mundo de la vida humana y a sus principales categorías, comenzando por la de persona y siguiendo por la de finalidad. Estamos asistiendo a la puesta en cuestión de todas las categorías del humanismo en nombre de la probidad científica. En este sentido podríamos decir también que el nihilismo es la revuelta de la verdad científica contra la humilde verdad del hombre que le dice a su amada «¡Te quiero más que pa qué». 

Cuando Ray Brassier, nos exige, en nombre de la virtud de la probidad (por cierto: una virtud bíblica) que tengamos el valor de mirar al futuro que nos espera fatalmente a todos, nos ofrece la verdad más inhumana, la de ese tiempo en que «la expansión acelerada del universo haya desintegrado la estructura misma de la materia, poniendo punto final a la posibilidad de toda encarnación. Todas y cada una de las estrellas del universo se habrán consumido, hundiendo al cosmos en un estado de oscuridad absoluta y sin dejar atrás otra cosa que carcasas de materia agotada. Toda la materia libre, ya sea en la superficie de los planetas o en el espacio interestelar, se habrá descompuesto, erradicando cualquier vestigio de vida […]. Los propios átomos dejarán de existir. Sólo la implacable expansión gravitacional proseguirá impulsada por esa fuerza aún hoy inexplicable que es la ‘energía oscura’, que continuará hundiendo el universo en una negrura eterna e insondable cada vez más profunda» (Nihil desencadenado, Materia-Oscura, 2017).

Yo, con mi imaginación demasiado humana no puedo dejar de pensar que, entonces, una singular estructura de partículas elementales, que será el sustrato material que habrá adoptado para sí la inteligencia artificial, se elevará sobre este paisaje desolado lamentando eternamente su imposible mortalidad. La naturaleza, amigos, no es nuestro hogar. Eso es lo que nos dice la ciencia cuando piensa el tiempo del hombre como unidad.

Este estado de cosas ya fue intuido por un singular nihilista español, don José del Campo-Raso, en su Elogio de la nada dedicado a nadie (Madrid, 1756). «Todas las cosas de este mundo», escribe, «pasan y se reducen a Nada. Todos se preocupan de Nada. Por Nada disputan los mortales, se hacen la guerra y se matan. Los hombres no sacan de sus inquietudes y trabajos en la tierra más que la vergüenza de haber sido engañados de Nada. Nada es el principio, el progreso y la conclusión de nuestras vanidades. Siempre Nada es constante, uniforme y siempre el mismo». Su conclusión hubiera entusiasmado a Nietzsche de haberla conocido: «Nada es el Dios de los espíritus fuertes».

Pero doscientos años antes otro español, Cristóbal de Villalón ya intuyó en el Escolástico (1550) por dónde irían los tiros. Merece la pena recoger sus palabras in extenso:

«En el monasterio de Santesteban había dos frailes ancianos y letrados, el uno era conocido como el Maestro de Peñafiel y el otro como el Maestro de León. Ambos eran catedráticos de teología. El maestro de Peñafiel había quedado algo falto de juicio tras una enfermedad, tanto era así que en ciertos cuartos de luna estaba fuera de seso y desvariaba algo en la conversación. Una noche, estando en el frenesí, se sentó a estudiar con mucha concentración el Evangelio de San Juan, que comienza con aquellas palabras ‘In principio erat verbum’, y llegó a donde dice: “Et omnia per ipsum facta sunt: et sine ipso factum est nihil». Y luego con gran despecho dijo entre sí: «¡Válgame Dios, que el Evangelio dice que todas las cosas son hechas por Dios, menos Nihil. No puede ser sino que este Nihil es el príncipe, causa y cabeza de los males, y de donde emana y nos viene toda tristeza y pesar, pues haciendo Dios todas las cosas, no pudo hacer a este Nihil, del cual procede el mal, pues está escrito que en la creación del mundo vio Dios que todo lo que había hecho era muy bueno, y por lo tanto él no hizo a este Nihil. Gran descuido es de los que rigen la república cristiana no poner diligencia en buscar este mal Nihil y prenderle y matarle, y entonces viviríamos todos los cristianos en paz y sin temor de ningún mal». Y con esta consideración se fue a la celda del maestro de León, y llamó a su puerta, éste, al abrirle, vio que estaba en su frenesí y le dio una silla para que se sentase. Con gran pasión y enojo le contó sus pensamientos sobre el pasaje del Evangelio, que creía que ningún otro letrado se había dado cuenta de él, y que había de ponerse mucho cuidado en aprender, pues tanto le va a la salud y sosiego de los cristianos el que sea preso Nihil, para que se remedie tanto mal como hay en el mundo por su causa. Como el Maestro de León lo vio tan apasionado con el Nihil, procuró sosegarlo y le dijo: «Reverendo padre Maestro, verdaderamente el punto es muy sutil y está bien mirado, y todos los que leen este Evangelio se saltan esta dificultad. Pero tenéis que saber que ya fue remediado por Cristo, porque puso en ello a todos sus discípulos y amigos para que con gran estudio lo prendiesen, y después de haberle puesto grandes espías y haber velado una noche, prendieron a Nihil, y cargándolo de grandes hierros y prisiones, le hicieron justicia y murió. ¿Queréis ver cómo es así? Sabed que en Lucas está escrito que vinieron los apóstoles a demandar albricias a Cristo cuando le prendieron y dijeron: ‘Magister, per totam noctem laborantes nihil prendidimus’. Cuando el Maestro de Peñafiel oyó la buena razón, que estaba probada con tanta autoridad, satisfízose mucho y díjole: Por Dios, señor Maestro, que hasta ahora no me había dado cuenta de tan alto secreto, y me quedo convencido con vuestras razones». Y así, muy sosegado se volvió a su celda a dormir y tranquilizó el frenesí.

Tras leer a Villlalón se entiende mejor qué quería decir Robespierre cuando defendía denodadamente que el ateísmo es un vicio propio de aristócratas y, por lo tanto, antirrepublicano. Estaba tan convencido de ello, que el 2 de diciembre de 1793 mandó arrestar al creador del término ‘nihilismo’, Anacarsis Cloots y lo hizo guillotinar bajo la acusación de ateísmo. Cloots, que se tenía por “enemigo personal de Jesucristo”, subió al cadalso convencido de ser el portavoz de la razón frente a la demencia. «Mi doctrina es la revelación de la naturaleza», decía.

A mi modo de ver, el conservador es hoy el defensor del valor de la prudencia, es decir, del mundo de la vida. Es conservador el que se empeña en sostener el mundo de las cosas humanas antes que la ola foucaultiana borre el «hombre» escrito en la arena de la playa.

 

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