THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

Efecto perspectiva

«Nuestra función en el mundo va más allá de la posición que creemos jugar en base a una organización social o laboral determinada y en un momento concreto»

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Efecto perspectiva

NASA | Reuters

Al leer sobre historia antigua y paleohistoria, es habitual encontrar referencias a cómo los gestos más rutinarios o más íntimos de nuestros ascendentes tienen la capacidad de iluminar desde el presente zonas oscuras de nuestro pasado más remoto. Así, Ötzi, la momia de 5.000 años encontrada en buen estado de conservación en el hielo en 1991, nos informó sin pretenderlo de la dieta habitual entonces –pues se encontraron alimentos en su estómago igual de bien conservados–, la misma que explica alguna de nuestras características hoy, o de la existencia de la violencia en un estadio en el que se creía menos frecuente, con todo lo que ello nos dice desde un punto de vista evolutivo y antropológico. De la misma forma, las pinturas rupestres que se siguen encontrando y datando refinan los diagnósticos sobre cuándo comenzamos a sentir la necesidad de replicar o de expresar lo que veíamos o lo que sentíamos. Seguramente, esa acción de dibujar un bisonte o un caballo salvaje en la pared de una cueva era lo que un homo sapiens de hace 45.000 años consideraba menos apremiante en su vida de necesidades e instintos urgentes, y sin embargo es lo que más ha trascendido y lo que todavía nos sigue conectando a través del paso de siglos y milenios.

La vida es caprichosa para casi todo, y también para sus recompensas, que no suelen aparecer ni en el lugar ni en el momento en el que teníamos apostados los boletos. Es algo sobre lo que he escrito aquí en diversas ocasiones. No se trata de afirmar perezosamente que el azar juega su papel y que no somos nadie, sino de constatar que nuestra función en el mundo va más allá de la posición que creemos jugar en base a una organización social o laboral determinada y en un momento concreto. Frente al presentismo del trabajo alimenticio o los deberes sociales, frente a jerarquías de todo tipo, algo late de fondo en cualquier vida que, quizá inadvertidamente, va dejando un rastro que conecta con misterio aún mayor. Algo que, a modo de Ötzi o de algún pintor rupestre, solo con el paso de los siglos consigamos ayudar a desvelar.

El físico alemán Heino Falke cuenta en La luz en la oscuridad (Debate), su reciente y fascinante libro sobre los agujeros negros y el universo, que en todos los astronautas que han ido al espacio desde que Yuri Gagarin lo hiciera en 1957 –algo más de 550– ha estado presente lo que el periodista estadounidense Frank White bautizó como Overview Effect o Efecto Perspectiva, ya que «poder abarcar todo el globo terráqueo con la mirada parece ser similar al estado de embriaguez». Se disipan miedos e incertidumbres, y la fascinación no brota de ningún conocimiento técnico, ni del potencial de ningún experimento a bordo, ni de ningún artilugio refinado con el que se pueden medir ondas o captar partículas, sino de algo que precede y que trasciende y que es más difícil de objetivar y explicar. Eso que nos conecta con la inquietud de un homo sapiens de hace 45.000 años que acaba de descubrir cómo hacer fuego o que siente la necesidad de esbozar el perfil del cerdo salvaje que ha intentado cazar y que se le ha escapado por los pelos.

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