Verano pandémico
«En tiempos de pandemia las fronteras son difusas. ¿Hay que optar por la libertad o por la seguridad? ¿Por la economía o por la salud? La vuelta del turismo muestra a la perfección las aristas de este debate»
En tiempos de pandemia las fronteras son difusas. ¿Hay que optar por la libertad o por la seguridad? ¿Por la economía o por la salud? La vuelta del turismo muestra a la perfección las aristas de este debate. Las vacunas han llegado tarde, impidiendo alcanzar la tan deseada inmunidad de rebaño antes de la reapertura de los mercados. Una inmunidad de rebaño que, por cierto, se desplaza hacia arriba a medida que la capacidad infecciosa del virus se multiplica con las nuevas mutaciones. Los datos preliminares indican que la variante Delta resulta el doble de contagiosa que la británica, la cual a su vez lo era el doble que la cepa original. ¿Será suficiente con vacunar a un setenta por ciento de la población para obtener la inmunidad de grupo? ¿Habrá que subir al ochenta o al noventa? ¿O, en realidad, se trata de un mero wishful thinking, uno de tantos deseos imposibles que nos acompañan desde el principio de la pandemia? A saber. La relajación de las normas –en gran medida obligada por la asfixia económica que padecen las empresas turísticas y las arcas del Estado–, unida al inicio del periodo vacacional, provocará –nos guste o no– una nueva oleada infecciosa que, aunque en su comienzo se cebe en los más jóvenes y a pesar de las vacunas, terminará incidiendo en los grupos de mayor riesgo. No lo olvidemos: las vacunas ni protegen al cien por cien ni resultan tan efectivas frente a las nuevas variantes. Que estemos mejor que hace un año –lo cual es indudable– no significa que la emergencia sanitaria haya terminado. Con un noventa por ciento de la población mundial sin vacunar, nada está cerrado.
Un ejemplo del potencial pandémico del verano lo hemos visto estos días en Mallorca: un brote descomunal que ha afectado a cerca de mil estudiantes de distintas regiones de España y ha puesto en cuarentena a otros dos mil. Todavía ignoramos sus ramificaciones en la isla, que llegarán más pronto o más tarde. La luz verde dada por los británicos hace unos días ha disparado las ventas de paquetes vacacionales y es cuestión de semanas –no muchas– que la suma de factores (escasa vacunación, ocio nocturno, supresión de la obligatoriedad de las mascarillas, previsible masificación turística) multiplique el número de contagios hasta comprometer la reapertura. ¿Sucederá lo mismo en otros destinos veraniegos? Seguramente, ya que las cifras de entrada son peores que las del año pasado y la experiencia británica –y ahora la israelí– confirman el poder infeccioso de la variante Delta.
Entre la seguridad sanitaria y la marcha de la economía resulta difícil encontrar puntos intermedios. Nuestra respuesta al coronavirus sigue siendo reactiva en el mejor de los casos. A corto plazo, la esperanza pasa por continuar acelerando la vacunación masiva y mantener –sería lo ideal– algunas de las medidas restrictivas que frenen la transmisión comunitaria. No parece una tarea fácil, aunque afortunadamente en España no abundan los negacionistas que tanto están dificultando la inmunización en otros países. ¿Lograremos salvar el verano? Ojalá, porque la economía –que es como hablar de nuestro bienestar– lo necesita urgentemente. Sin embargo, la experiencia del año pasado debería invitarnos a la prudencia. Una reapertura demasiado rápida puede conducirnos al final precipitado de la temporada turística.