Lo que Salamanca no presta
«Yerran quienes, esperando encontrar algo de valor en la academia, lo buscan entre las cuatro paredes de sus aulas»
Menuda polvareda levantó mi amigo Carlos Barragán hace unos días. Recomendaba, en un artículo publicado en El confidencial, no estudiar periodismo. Le cayó la del pulpo. Si he de echar mi cuarto a espadas en la cuestión, reduciría el debate a una sola pregunta: cuándo empezar a demoler la facultad de Periodismo. Yerran quienes, esperando encontrar algo de valor en la academia, lo buscan entre las cuatro paredes de sus aulas. El saber vital, la gramática parda del trivium y el quiadrivium, más bien se aquilata en fiestas y en las trapisondas, ocasiones en las que Dioniso, que vive agazapado en las sombras del campus, se manifiesta para susurrar sus doctas síntesis a medianoche.
Universitas significa grupo, colectivo, gremio. Aunque el nombre confunda, nada hay de universal en ella. No sólo existe una universidad, como existen el número pi o el sistema métrico decimal, que son los mismos en todo el orbe y en toda urbe, sino que las hay a porrillo y cada una de su padre y de su madre. La mirada omnicomprensiva de las artes y las ciencias es ajena al estudiante universitario, cuyo sino es por fuerza la especialización. Acaso resultaría más propio retroceder al nombre más originario de la institución, studium, pues lo que caracteriza a la parroquia es su carácter estudiantil. Aunque en letras, reconozcámoslo, estudien cuatro gatos.
Desconozco si quedan muchos periodistas sin deformar por el periodismo. Quizá sea como buscar cincuenta justos en Sodoma. Uno de ellos es, por fuerza, José Antonio Montano, que acaba de publicar Inspiración para leer (Jot Down). Hace meses afirmé del escritor malagueño lo que Rubén dijo de Bloy en Los raros: que, aunque la naturaleza le había dado manos para desquijarar leones, se pasaba la vida estrangulando perrillos de cortesana. No entendía que, en lugar de estar escribiendo un novelón, el tío gastara el tiempo regalando textos en internet. Leyendo Inspiración para leer uno entiende que la virtud es siempre pródiga. Montano lleva años derrochando estilo y talento, como si no fuera liberal por liberalismo, sino por liberalidad. La munificencia es atribución de grandes espíritus. El libro, como un potlach encuadernado, viene a callarme la boca.
Mi pieza favorita es “Un gin-tonic azul”, cuya melancolía alegre la hace tan montaniana. La suya es, en efecto, una melancolía exenta de nostalgia (si en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño, pelillos a la mar) y una alegría refrenada, comedida, moderada por un instinto de civilidad. El día de su cumpleaños, aliquebrado, cornigacho y con el ánimo algo tocado, entra a un chiringuito y se pide un copazo, que le sirven con una ginebra azul. No hay más. Lo que en cualquier autor sería anécdota es aquí categoría. El libro tiene una portada azul y un contenido también azul. Azul como las mañanas de Machado, como los caballos de Franz Marc y como los astros que, en el poema de Neruda, tiritan a lo lejos…
Bueno es que sea un columnista quien venga a redimir el columnismo. Al fin y al cabo, entrar a las páginas de opinión de un periódico es como franquear la puerta de un cuarto cerrado que huele a sábanas sin mudar. Los textos de Montano, sin embargo, son como un soplo de aire fresco. En lugar del clásico energumenismo español, que tan fácilmente se ahorma a los dictados del clickbait, uno se encuentra con la apacible cordialidad de un tipo nacido en Málaga pero que piensa y escribe como si fuera portugués. He aquí buena muestra de lo que Nietzsche llamó la virtud que hace regalos. Los de Inspiración para leer no son cien artículos, sino cien lecciones de preceptiva literaria. Léanlo con lápiz aquellos que quieran dedicarse al columnismo. Lo que aquí se aprende, que bien podría convalidar por unas cuantas asignaturas, pasa inadvertido en las aulas. Por algo será.