Fumarse un puro por la matria
«La ministra empoderada se fuma un puro por la matria y de paso te cuela la ideología de los cuidados»
En el emotivo y último discurso que emitió Azaña, en plena Guerra Civil, un 18 de julio de 1938, hace referencias a la patria que no reconoce a españoles enfrentados en uno u otro bando, sino como españoles. No utiliza argumentos políticos sino que apela a la conmoción del sufrimiento y la pérdida de los hombres jóvenes que dieron su vida por un ideal. Al patriotismo recurrirá entonces Azaña no como forma de exaltación sino como una oferta de reconciliación: «Y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones (…) que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que (…) nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón».
Cuando Azaña aborda el concepto de «patria eterna» estaba haciendo algo más que un juego semántico, cambia el concepto y lo proyecta al futuro ya que el proyecto republicano polarizó la vida política y acabó con esta concepción de patria unida. Como dice Juan Pablo Fusi, la Transición fue posible porque supo anteponer, por pragmatismo político y sentido de la historia, el restablecimiento de la democracia a consideraciones doctrinarias y revanchistas. Ahí aparece el proyecto de patria que Azaña no pudo ver, gracias a quienes pensaban que España estaba por encima de las divisiones temporales, y tenemos la experiencia del Régimen del 78, que logró avanzar hacia este ideal patriótico. Esta experiencia es lo más parecido a un sentimiento patriótico desde la cultura política del pacto, y no debe ser depurado de la memoria y suplantado con un nuevo concepto «revolucionario».
En su discurso mitinero de esta semana, la ministra Yolanda Díaz presenta un concepto, «matria», como metáfora cristalizada de un nuevo tipo de patriotismo con virtudes supuestamente femeninas. Problematiza así uno de los términos con mayor tradición política en Occidente. Tradición que no debe ser modificada ni deconstruida por un concepto abstracto y rousseauniano de un modelo «cercano y cuidador». ¿Hay algo más paternalista que este modelo de socialismo intrusivo de los cuidados?
El rasgo más notable de este elenco de ministras es la idea de deconstruir y reconstruir a través del lenguaje para instaurar cada día una afectación identitaria nueva. El término que manosean lleva también implícitos unos prejuicios sobre el papel de las mujeres. Te pintan una matria de madres, cuidadoras, úteros, seres angelicales. ¡Basta de elogios estereotipados! Es un concepto muy romántico e idealizado, que no reconoce el temperamento de la mujer española; el genio español al que alude el propio Azaña en su discurso del 18 de julio, que por supuesto no es dominio exclusivo de los hombres. ¡Menudas somos las españolas! El romanticismo, como el socialismo, siempre termina convirtiéndose en decadencia. La naturaleza es una verdadera tirana. No se puede «estipular» mediante códigos de conveniencia social o moral, ya provengan de proyectos de la izquierda o la derecha política, pues el fascismo de la naturaleza es mayor.
Se comenta que la explicación es que la ministra dice estas cosas porque no puede derogar la reforma laboral, que ya nos ha adelantado: «será una auténtica revolución». Nuestra patria, que cada vez cuenta con más enemigos declarados, no tiene políticos a la altura de Ortega y Azaña, sino unas élites políticas que se dedican a manosear el lenguaje como vehículo de ideología. Intentan hacernos virtuosos con medidas coercitivas. La ministra empoderada se fuma un puro por la matria y de paso te cuela la ideología de los cuidados. A cada uno le corresponde sacar conclusiones del socialismo paternalista, a poder ser basados en la evidencia histórica. A cada uno le incumbe reflexionar sobre el concepto de la patria española, a poder ser basado en nuestra experiencia histórica y no en una utopía revolucionaria. Y a cada uno le corresponde interrogarse sobre el carácter y el genio de los españoles, asunto que preocupaba a Azaña: «Me interrogo —como incumbe a cada uno— para desentrañar el ser de España».