THE OBJECTIVE
Julia Escobar

A la búsqueda del origen perdido: Georges Perec

«Las historias de todos estos escritores citados, que estuvieron marcadas por su condición de judíos y por el Holocausto, me hicieron pensar en esas personas que vivieron durante muchos años una vida ajena a sus orígenes, y que cuando los descubrieron cambiaron de registro»

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A la búsqueda del origen perdido: Georges Perec

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Recibo por Amazon (sí, Amazon) un libro que de otro modo no podría conseguir fácilmente. Se trata de la correspondencia entre Max Jacob y Edmond Jabès. El primero era un judío francés, nacido en Bretaña, que se convirtió al catolicismo, siendo su padrino Picasso, historia de la que ya hablé en estas páginas. En cuanto al segundo, Edmond Jabès, era un escritor egipcio que se convertiría en uno de los grandes poetas judíos contemporáneos. Junto a Elie Wiesel fue quien mejor supo transmitir el concepto de «errancia». Las historias de todos estos escritores citados, que estuvieron marcadas por su condición de judíos y por el Holocausto, me hicieron pensar en esas personas que vivieron durante muchos años una vida ajena a sus orígenes, y que cuando los descubrieron cambiaron de registro.

Uno de los casos para mí más notables es el de Georges Perec (París, 1936-1982) hijo de judíos polacos emigrados que llegaron a Europa procedentes de Estados Unidos. Su padre murió en el frente y su madre en Auschwitz. Le recogieron unos tíos, y ajeno a sus orígenes, se produjo el milagro de la integración: liceo, servicio militar, frustrados estudios universitarios, antes de entregarse a su vocación literaria. Desde el principio, apunta el carácter provocador e innovador de su prosa: partir de lo sencillo, de lo usual, incluso de lo inanimado para, como Francis Ponge en la poesía, sacarlo de quicio, como si, en un orden jerárquico de índole moral, «las cosas nos precedieran».


Este afán taxonómico se convierte en verdadera obsesión en su obra creativa que abarca, además de novelas, el cine, el teatro, los crucigramas y otros juegos. Se puede percibir en sus obras consideradas menores y por supuesto en su obra maestra, La vida, instrucciones de uso, que se escribió con las bendiciones del grupo literario «OuLiPo» (taller de literatura potencial), fundado en 1960 por Raymond Queneau y el matemático François Lionnais, al que Perec se unió en 1966 y al que también perteneció Italo Calvino.

Aunque me aparte de mi tesis principal, voy a detenerme en este movimiento experimental que produjo tan excelentes resultados y que se basa en la idea de que la obra literaria, aunque fruto de una inspiración, se atiene en mayor o menor medida –y a veces con independencia de la voluntad de su autor– a una serie de reglas y de procedimientos que, al igual que las muñecas rusas o las infinitas capas de una cebolla, encajan perfectamente entre sí.

El OuLiPO se nos aparece como lo contrario del surrealismo: mediante el análisis y la síntesis, las matemáticas y la lógica, mediante el juego combinatorio de letras y símbolos, se pretende expurgar el texto de todo rastro de arbitrariedad. Acrósticos, lipogramas, palíndromos, cualquier artificio es válido para conseguir la exploración y la explotación de las palabras demostrándose, una vez más, que no hay juegos de palabras inocentes o, como decía del propio Queneau, que la literatura sólo puede ser voluntaria.

Como oulipiano, Perec hizo gala de una brillantez sin igual que le llevó a hacerse crucigramista del semanario Le Point y a escribir novelas lipogramáticas como La disparition, donde no se utiliza jamás la vocal «e», (traducida al español por Regina Vega y Hermes Salceda sin la «a», con el título de El secuestro) o Les revenentes dónde sólo se utiliza la «e». Aunque estas supresiones distorsionan el lenguaje, en cierto sentido lo enriquecen al descubrir su verdadera lógica. Nada que ver con la literatura del absurdo.

Decidido a no hacer nunca el mismo libro, en el siguiente, El hombre que duerme, Perec pasa de Rabelais-Flaubert a Melville-Kafka-Becket. El héroe es el mismo antihéroe que volveremos a encontrar en La vida, instrucciones de uso y que, tras una revelación con reminiscencias proustianas (aunque la magdalena sean unos calcetines flotando en un barreño de plástico y la tila un nescafé rancio) decide congelar toda actividad vital hasta llegar a decirse: «Ahora vives en el terror del silencio y millones de palabras se han detenido en tu garganta». Frase que yo considero un síntoma de sus inquietudes identitarias.

Tras recibir en 1978 el premio Médicis se inicia un vuelco en su vida. Decide enfrentarse a sus orígenes de judío errante y se marcha a Nueva York para hacer una película sobre ello («Relatos de Ellis Island»). En 1980 publica un libro con el mismo título donde puede leerse: «Lo que yo, Georges Perec, he venido a interrogar aquí es la errancia, la dispersión, la diáspora. Para mí, Ellis Island es el lugar del exilio, es decir, el lugar de la ausencia de lugar, el no-lugar, el ninguna parte».

En una palabra, es el sitio de donde procedía, pero donde no estuvo, ese pueblo de donde vino, pero al que no perteneció, esa historia cuya cultura era la suya pero que no le fue transmitida, por eso añade: «No tengo el sentimiento de haber olvidado, sino de no haber podido nunca saber», y se pregunta: «¿Cómo describir?, ¿cómo contar?… ¿cómo leer los rastros?». Al año siguiente de hacerse estas dolorosas preguntas, Perec –que estaba escribiendo 53 días, novela de cuya edición al español me encargué en la editorial Mondadori– murió víctima de un cáncer posiblemente sin haber podido contestarlas a su entera satisfacción por la sencilla razón de que no tienen respuesta.

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