Sánchez y los ‘barones ladrones’
«El legendario mundo del Silicon Valley es, sobre todo y por encima de todo, una conspiración permanente contra el capitalismo de libre empresa en estado puro»
Término acuñado originariamente para referirse a los nobles germánicos que terminaron haciendo del saqueo y bandidaje contra los viajeros que se aventurasen en sus tierras una forma de vida, el sintagma barones bandidos fue recuperado por la prensa norteamericana de la segunda mitad del XIX, con The New York Times a la cabeza. Tenía por objeto designar las prácticas definitivamente predatorias de los principales capitanes de industria del país, individuos a los que el historiador de la época Charles Geiss retrata como «un conjunto de avaros sinvergüenzas que habitualmente engañaban y robaban a inversores y consumidores, corrompían al Gobierno, luchaban despiadadamente entre sí y, en general, llevaban a cabo conductas rapaces comparables a las de los barones ladrones de la Europa medieval». Por lo demás, con los barones ladrones ocurre lo mismo que con la energía a decir de los físicos. Y es que tampoco se crean ni se destruyen, solo se transforman. De ahí que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, haya tenido ocasión hace unos pocos días de reunirse en persona con una muy granada representación de los principales de ellos en la ciudad de San Francisco, California.
Contra lo que reza la leyenda urbana, los grandes iconos empresariales de las nuevas tecnologías de la información con sede en el Silicon Valley y alrededores, bien lejos de encarnar el paradigma mítico del capitalismo competitivo asociado a la otra leyenda no menos mítica del genuino libre mercado, representan justo lo contrario. El legendario mundo del Silicon Valley es, sobre todo y por encima de todo, una conspiración permanente contra el capitalismo de libre empresa en estado puro. Así, si algo retrata la práctica rutinaria de los glamurosos interlocutores californianos del presidente Sánchez es la conjura ubicua contra todos y cada uno de los supuestos asociados a los mercados abiertos y competitivos. Sin ir más lejos, Apple, esa fruta envenenada con cuyo sonriente CEO se acaba de enseñar nuestro presidente, integra junto con Google un duopolio de escala mundial que controla una cuota del 99% del mercado planetario de su sector. ¿Cómo se puede seguir incurriendo en el sarcasmo de hablar de capitalismo de libre empresa cuando dos marcas tutelan solas el 99% de un sector a lo largo y ancho del mundo entero? Y, sobre todo, ¿cómo se puede seguir propalando a los cuatro vientos el infundio de que esas compañías obtienen unos beneficios tan desmesuradamente increíbles como los que certifican sus libros de contabilidad merced a su prodigiosa capacidad innovadora? ¿Cómo seguir creyendo ese cuento?
Los beneficios de Google, exactamente igual que los de Microsoft, Intel o Amazon, tienen su origen principal en unas rentas de monopolio que, y en todos los casos, proceden de haber logrado expulsar del mercado a otros potenciales competidora gracias a la complaciente inacción cómplice de unos reguladores sospechosamente prestos a mirar hacia otro lado. Fue así, que no en virtud de la suprema genialidad creativa de sus mánagers, cómo Amazon lograría hacerse con una cuota de mercado del 43% del comercio electrónico mundial, Google con casi el 90% de la publicidad basada en búsquedas, o Facebook con el 80% del tráfico en redes sociales ( son datos todos extraídos del último y muy recomendable ensayo de Carlos Sebastián, El capitalismo del siglo XXI). Ahí tiene la respuesta quien todavía se pregunte por cómo Google pudo saltar de una facturación anual de apenas 400 millones de dólares en 2002, hace casi nada, a generar unos beneficios equivalentes al 12% del PIB de España, la cuarta economía de Europa, en 2019. Estamos hablando de ganar en únicamente doce meses 161.857 millones de dólares. Así las cosas, nadie se sorprenda tras acusar recibo de que la Administración Obama insistió en hacer oídos sordos a las denuncias presentadas por los competidores de Google boicoteados y empujados a la quiebra en su día por el gigante. Ocurre que Google no sólo fue el segundo consorcio empresarial que más dinero donó a la campaña electoral de Obama, sino que también, auxilio casi más importante, le cedió su tecnología más sofisticada, a título gratuito huelga decir, para facilitarle el acceso directo a sus votantes potenciales en todo el país durante la misma campaña. Sí, los barones ladrones han vuelto. De hecho, nunca se fueron.