El presidente se siente inatacable
«Para Pedro Sánchez este mes de agosto es un momento seráfico de recuperación de fuerzas, cuando no tiene que fingir que charla con Joe Biden»
Mientras Baleares quiere quitar Marivent a la familia real, Valencia quiere crear un impuesto anti-Madrid y el presidente del Gobierno inicia sus vacaciones en un fastuoso palacio canario regalado por un Rey árabe al que entonces lo era de España, la España desgobernada y desconcertada de 2021 atraviesa su segundo estío de pandemia con un récord de empleados de banca deseosos de entrar en uno de los muchos ERES y pasar al desempleo y con una población confusa que se quita y se pone mascarillas a la vez que se inquieta por un futuro con o sin pasaportes anti-COVID para poder acceder a la terraza, o al comedor, o a lo que sea, del bar más próximo. El bar como símbolo de consuelo.
El panorama que este cronista viene describiendo de cuando en cuando aquí varía poco: bien que lo lamentamos. Eso sí, para Pedro Sánchez este mes de agosto es un momento seráfico de recuperación de fuerzas, cuando no tiene que fingir que charla con Joe Biden ni pasear por Nueva York sin que nadie se dé por enterado allí. Le basta con ir controlando los fuegos de artificio internos con los que su gobierno enemistado con sí mismo y sus aliados nacionalistas que siguen persiguiendo sus fines separatistas mantienen la atención de los medios. Las últimas maniobras en TVE –tener que purgar la televisión pública ya tiene pecado– y en El País ayudan a Sánchez a compensar las diatribas de otros.
Pero este espectáculo circense está agravando la situación sanitaria y la económica. Cuando dos ministras se contradicen radicalmente sobre los MIR hasta el menos informado de los ciudadanos se reafirma en la convicción de que vamos a una crisis propiciada desde arriba que hundirá todavía más a los de abajo. No cabe duda de que Sánchez lo sabe, como sabe que la necesidad de pactar chapuceramente a diario con otras fuerzas le impide desarrollar cualquier política coherente y activa, en el sentido que sea. Pero no le preocupa, y en eso tiene razón: en la España en la que ya no hay dos grandes partidos nadie va a poder reunir los votos en el Parlamento que fuercen su marcha. Sin elecciones de por medio, la derecha no tiene ahora mismo modo de montar contra él una operación como la que acabó con Rajoy.
Así que llegar al final de la legislatura parece ser nuestro sino. Y quizá no sea el peor desenlace: sólo un cúmulo de catástrofes socioeconómicas superior al ya alcanzado haría previsible un adelanto electoral. Sólo nos queda adivinar a qué grado habrá llegado nuestra postración y nuestro desmembramiento -homnejes a Parot incluidos- el día en que, con suerte, nos llamen al fin a las urnas.