THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

Sororidad uterina

«La gestación subrogada altruista es sencillamente la hipócrita quimera de los campeones del neoliberalismo»

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Sororidad uterina

Mariscal | EFE

Imaginemos que una mujer incapacitada para gestar porque sufre del Factor de Infertilidad Uterina Absoluto, y a la que llamaremos Eva, tiene dos posibilidades para generar un vínculo biológico que la convierta en madre, es decir, titular del haz de derechos y obligaciones que el Derecho atribuye a dicha condición. 

La primera posibilidad consiste en ser receptora de un útero proveniente de una donante viva, algo que ya se ha producido en varios países del mundo desde el año 2000 y que pronto puede ser realidad también en España si es que la suerte de «experimento» que se está gestando, nunca mejor dicho, en un hospital de Cataluña llega a buen puerto. La segunda opción implica hacer uso de la función gestante de otra mujer que se preste a albergar en su útero el embrión formado por el óvulo de Eva y el esperma de su pareja o de un donante. Es lo que se  conoce como «gestación por sustitución», «gestación subrogada», o, de manera más peyorativa, «vientre de alquiler» (en adelante me referiré a ella como GS). 

De la primera posibilidad apenas se ha hablado públicamente (usted mismo, amigo lector, al que presumo sumido en sus muy merecidas siestas y frívolas lecturas agostíes, quizá ahora mismo esté cayéndose del guindo al conocer de la existencia del trasplante de útero); de la segunda opción no se puede razonar, y casi ni hablar, si nos atenemos, por ejemplo, a las reacciones que suscita la defensa que el partido Ciudadanos hace de la reforma de la legislación vigente para dar cancha a la gestación subrogada con carácter altruista (en lo sucesivo GSA). La más reciente la de la vicealcaldesa Begoña Villacís, que se preguntaba a finales de junio, con toda legitimidad y pertinencia, por qué el lema «nosotras parimos, nosotras decidimos» no puede implicar «nosotras parimos, nosotras decidimos gestar altruistamente para terceros». 

Asomarse al hilo de respuestas a su reflexión es a la vez instructivo y desolador, entre otras cosas porque brotan en ese campo regado de non sequiturs de todo pelaje los de un conocido, respetado y respetable político y opinador, alguien que a más de uno provoca la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue al mando del PSOE. Me refiero a Eduardo Madina que respondía a Villacís señalando que: «… no existe el derecho a la paternidad… que las mujeres pobres no están al servicio de las parejas ricas… que no son factores productivos de mercado…no forman parte de lógicas de compra, venta o de donación». Cuatro falacias de atinencia por el precio de un tuit. 

Cuando discutimos moralmente sobre cuestiones tales como la GS, lo más fructífero y decente que podemos hacer es comprobar si los mismos principios o axiomas normativos que sustentan prácticas relevantemente similares dan sustento justificatorio a aquélla cuya licitud ética nos planteamos. Es a lo que, de hecho, nos convoca Begoña Villacís. 

¿Por qué la GS será necesariamente una forma de «explotación reproductiva»? Frente a quienes abogan por la GSA es frecuente esgrimir el argumento que llamaré de la «imposible solidaridad uterina»: nadie (subtexto: «ninguna mujer en su sano juicio») aceptaría gestar y parir para otra a cambio de nada. La GSA es sencillamente la hipócrita quimera de los campeones del neoliberalismo. Sin embargo, llevamos años admitiendo la donación de vivo de riñón, hígado y, ahora, más pronto que tarde, del mismo «órgano» que permite gestar. Es más: aceptamos la Recepción de Óvulos de la Pareja (el conocido método «ROPA») mediante el que una pareja o matrimonio de mujeres «comparte» la maternidad, pues una de ellas gesta el embrión formado con el óvulo de la otra. Es cierto que ese vínculo no se da en el caso de la madre gestante y la «comitente» en una GSA, pero pensemos en la posibilidad de que entre ellas hubiera auténtica «sororidad», es decir, que nuestra Eva tuviera una hermana bien dispuesta a parir por ella. ¿Qué habría de censurable en tal forma de GS hoy vedada? 

Pudiera pensarse en la magnitud de los riesgos físicos y emocionales de la GS. No estoy tan seguro de que, aun siendo indudables y difíciles de exagerar, sean tan superiores a los de otras prácticas admitidas – celebradas incluso como excelsas muestras de solidaridad- como para prohibir TODA forma de GSA. Repasen, si tienen estómago, qué implica que a uno le corten un trozo de hígado, o que le practiquen una histerectomía a la donante de útero y los muchos y muy serios riesgos en los que incurre la receptora, a la que se somete a una cirugía de enorme complejidad, tratamiento de inmunosupresión, de fecundación in vitro y a una ulterior remoción del útero trasplantado tras la cesárea (que es, típicamente, la forma en la que han conseguido dar a luz las trasplantadas de útero) para no tener que someterla a la inmunosupresión de por vida. 

Otra de las objeciones planteadas frente a la GSA es mucho más sorprendente: una mujer, se dice, no es en realidad capaz de desprenderse tan fácilmente como parece presuponer Villacís, de la criatura que ha gestado y parido y entregársela a los comitentes. El argumento es muy paradójico si pensamos que, en este mismo contexto, también se aduce que cuando se posibilita la gestación para otros, la gestante puede verse obligada a renunciar a su derecho a abortar (un derecho «humano», de carácter prácticamente absoluto tal y como se colige de las últimas consideraciones vertidas por la Ministra Montero a propósito de la sentencia sobre el aborto que el Tribunal Constitucional sigue pendiente de dictar más de diez años después del recurso de inconstitucionalidad frente a la ley de plazos). De tal suerte que, así como una mujer puede típicamente desprenderse del embrión o feto de la forma más radical posible (terminando con su vida), no podría en cambio entregarlo a otra mujer como nuestra Eva para que sea ella la que se convierta legalmente en madre. Es más: a la hora de abortar, se nos previene también por parte de la Ministra, ninguna mujer necesita asesoramiento alguno, ni consejo ni plazo para la deliberación que propicie que su consentimiento sea genuino por reflexivo e informado; en cambio TODAS las mujeres prospectiva o actualmente gestantes para otros lo serán o habrán sido porque han sucumbido a las poderosísimas fuerzas del capitalismo uterino. A mí no me parece que nada de esto encaje. ¿Y a ustedes? 

La coherencia no es condición suficiente para la licitud moral y por ende jurídica de una conducta, pero sí necesaria. También cuando los calores veraniegos aprietan.

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