THE OBJECTIVE
Jesús Montiel

Limpiar para limpiarnos

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Limpiar para limpiarnos

Anton | Unsplash

Tengo obsesión por la limpieza, desde que soy pequeño. Dado al desorden, he vivido siempre con un deseo grande de claridad. Por este motivo me fascina cómo limpian los monjes. Los de cualquier tradición, da lo mismo, son eficaces limpiadores. Y no me fascina tanto el resultado de su limpieza como el modo en que la ejecutan: sus rostros cuando friegan los cubiertos, los movimientos lentos del cuerpo doblándose sobre la huerta, esa expresión radiante durante el barrido. Es una serenidad pasmosa. Se entregan a la tarea como si el destino del mundo dependiese de esa actividad cotidiana que a nosotros se nos antoja aburridísima.

Keisuke Matsumoto explica cómo limpian los monjes budistas en Manual de limpieza de un monje budista (Duomo Ediciones, 2013). En Japón los niños aprenden a limpiar desde que son pequeños. Allí lo tienen claro: la limpieza del hogar es un método para limpiar las impurezas del espíritu. Mientras barremos el suelo de nuestro salón estamos eliminando también la mugre de nuestras almas; si limpiamos con una hoja de periódico el cristal de la ventana, veremos la realidad con menos manchas. Keisuke Matsumoto propone limpiar por la mañana y ordenar a la tarde, cuando el cielo se ha oscurecido. Lo mejor es madrugar, señala, y airear la casa aspirando el aire nuevo. Hacerlo todos los días nos va cambiando, asegura. Algo se enciende dentro de uno, como una antorcha que estaba mojada y que ahora llamea. También nos invita a no matar los insectos que puedan colarse en las habitaciones, cómo vestirnos y qué utensilios son más adecuados. Lo importante, en todo caso, es la continuidad, no darse por vencido. «Hay que cultivar el hábito de hacerlo cada día», igual que ocurre con un idioma o la escritura literaria.

La limpieza puede ser una oración no solo si uno se vive en un templo. También en un piso como el mío, con seis niños pequeños. El lugar es lo de menos. Si uno se da cuenta de que la sombra que alberga influye en su entorno más cercano, que uno trata los objetos y las habitaciones con tanto caos o paraíso como tiene dentro, afrontará la limpieza no solo como una actividad tediosa que nos roba el tiempo para otros menesteres más estimulantes, sino también como una herramienta para el cultivo de nuestra dimensión espiritual.

No nos desanimemos si todo vuelve a ensuciarse al momento. Dice este monje que las hojas vuelven al sitio donde ya ha sido barridas y que esto que parece un fastidio es en realidad una lección: volver a comenzar nos enseña la impermanencia. Mis hijos, mirada así el asunto, son maestros zen y mi casa un templo donde enjabono mi fe a la vez que los platos. En el que mañana volveré a lavar los mismos platos que ahora dejo relucientes. «Nada dura: todo son ciclos», nos advierte Matsumoto. «Cuando lo interiorizas, vuelves a limpiar al día siguiente con más ilusión. Y aceptas también tu final, que es también el principio de muchos principios».

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