Un encuentro en la tercera fase (o los ingleses en verano)
«Quiero dejar constancia de esta tropelía para que la añadamos a la lista de calamidades perpetradas por los ingleses: la piratería, el salvaje imperio colonial, James Rhodes, etcétera»
Hannah Arendt nos enseñó que el mal no es solo patrimonio de los monstruos y los supervillanos, sino también de la gente corriente. No asistí al proceso, rocambolesco, de Eichmann en Jerusalén, pero el otro día tuve la desgracia de comer al lado de unos turistas ingleses. Les haré el atestado. Dos señoras rubio-oxigenado, dos calvos con barba en un restaurante malagueño. El sajón que parece liderarlos (barba rubia, mejillas coloradas, pañuelo atado a un cuello casi inexistente, gafas celestes de aviador) agarra una rebanada de pan de maíz y la huele, hincando la nariz en la miga. Seguidamente, coge una jarrita con salsa de soja y la vierte sobre el pan. Lo dobla por el centro y se lo mete en la boca de golpe, como si estuviese comulgando. «Está muy salado», dice, para diversión de su compañía.
A los pocos minutos, llega una bandeja con sushi. El jefe tribal antes descrito hace una pinza con sus dedos morcillescos y coge, de un pellizco, la mitad de ese jengibre que sabe a colonia. Lo lanza contra el plato y lo chorrea bien de soja. Se lo mete en la boca y lo mastica como un borrico masca garbanzos. Una de las mujeres, mientras tanto, pincha nigiris con su tenedor con una técnica que asombraría al mismísimo Jack el Destripador. ¡Alerta! Han pedido tempura y salmorejo. Ahora es el otro zagal quien levanta los brazos y brama algo cuando el camarero les deja el plato de verduras fritas en la mesa. Cortan todo en pedacitos, como lo harías si quisieras alimentar a un niño con problemas de dentición, y lo mezclan con el puré de tomate, que nuestro protagonista ya ha condimentado con soja. Gritan mucho mientras prosiguen su orgía de mal gusto. Sin atreverme a mirar, llamo al camarero y pido la cuenta.
Quiero dejar constancia de esta tropelía para que la añadamos a la lista de calamidades perpetradas por los ingleses: la piratería, el salvaje imperio colonial, James Rhodes, etcétera. Puede que este comando también haya estado operando en su ciudad, y que usted se los haya encontrado meando en alguna esquina o poniéndoles anchoas a un helado. Hay que andarse con cuidado, porque esta gente es muy peligrosa: allá por donde pasa, no vuelve a crecer la civilización.