Alejandro Valverde, el Bala
«¿Quién sabe si volverá a ganar alguna etapa?, pero en nuestras retinas «el bala» seguirá siendo excepcional: uno de los ciclistas más grandes que ha dado España»
A la Vuelta llegamos muchos de los que habíamos nacido en los setenta con la victoria de Bernard Hinault en 1983. Fue el año en que se estrenaba –si no me equivoco– la subida a los Lagos de Covadonga (rebautizados por la prensa como los «Lagos de Hinault»), los cuales se convertirían en la montaña icónica de la carrera hasta que el Angliru tomó por asalto la primacía entre las cimas españolas. El Angliru supuso un antes y un después, como antes había sucedido con los Lagos y la llegada de la televisión y la radio. En aquellos años, hora tras hora, justo al terminar el boletín informativo, era obligado conectar con José María García y su «¡Adelante compañeros!», donde se podía escuchar el resumen informativo a pie de carrera del gran Javier Ares. Eran otros tiempos y la imaginación desempeñaba un papel crucial. Julen Gorospe, Marino Lejarreta, Ángel Arroyo, Pedro Muñoz, Alberto Fernández, Álvaro Pino y un joven Perico Delgado eran los nombres que repetíamos, a la espera de la siguiente gran hornada de ciclistas, con Miguel Induráin como gran dominador; pero con otras figuras también inolvidables: Lale Cubino, Abraham Olano o el oscense Fernando Escartín. Luego vendría otra generación inolvidable, que se podría resumir –y sé que soy injusto al hacerlo– con dos nombres: Alberto Contador y Alejandro Valverde. Hablo sólo del ciclismo español, el que teníamos más a mano y el que sentíamos como nuestro. Y lo era, claro que lo era.
Alejandro Valverde debió de educarse en aquellos años. Había nacido en 1980 por lo que seguramente no recuerda a Hinault ni aquellas primeras grandes vueltas, aunque sí las siguientes, en las que dominó en el Tour el navarro Miguel Induráin. Como nosotros, se formó en esa combinación de imagen televisiva, palabra radiada y mucha imaginación que nos había alimentado a todos los de la generación anterior. Era un mundo poblado de héroes y fábulas, de épica y sufrimientos, de éxitos y fracasos; sólo que él los hizo realidad, convirtiéndose en leyenda. Debutó en 2002, hace ya casi veinte años y lo ha ganado prácticamente todo: desde grandes vueltas a un sinnúmero de Clásicas, desde el Campeonato Mundial en Ruta hasta el Critérium del Dauphiné. En el ciclismo español de las últimas tres décadas, sólo son comparables Contador e Induráin. Los podríamos llamar los tres mosqueteros del ciclismo moderno.
El pasado viernes, tras caerse en las rampas de El Collao, a cuarenta kilómetros de meta, Valverde salvó la vida de milagro. Con la clavícula rota quiso continuar, pero no pudo. El dolor dictaba su ley. Las lágrimas que derramó al bajarse de la bicicleta forman ya parte de la historia sentimental de la Vuelta: la imagen de un gigante caído mas no derrotado. Acababa de lanzar un ataque, intentando reventar la carrera. Como un Juan el Bautista, pretendía allanar el camino para los líderes del Movistar: Enric Mas y «Superman» López. En el ciclismo, ya se sabe, se escribe derecho con renglones torcidos.
La forma insultante que ha demostrado este año nos garantiza –creo– otro año de Valverde. ¿Quién sabe si volverá a ganar alguna etapa?, pero en nuestras retinas «el bala» seguirá siendo excepcional: uno de los ciclistas más grandes que ha dado España.