Hedonistas pero a oscuras
«La factura de la luz es el homenaje que la hacienda europea rinde a nuestra virtud ecologista y sostenible»
Se dice y se comenta que somos una sociedad muy hedonista. Pues hombre. Es cierto que nos gusta bastante comer, a menudo caro y fuera de casa, aunque también es verdad que cada vez más poke bowles y menos solomillos Wellington. Y que nos gusta beber, aunque cada vez más leche de soja y menos Old Fashioneds, porque el alcohol engorda que es una barbaridad. Y es cierto que nos gusta el fornicio, por así llamarlo, pero parece ser que cada vez más tarde, más escaso y más virtual. Habrá quien a todo esto lo llame hedonismo en el buen sentido, pero cabe la sospecha que el buen sentido es justo lo que falta.
El hedonista de gimnasio me parece, muy sinceramente, una contradicción con patas cortas. Y lo que eso implica lo vimos durante el encierro domiciliario. Había que seguir trabajando, qué remedio, pero, sobre todo, había que seguir haciendo ejercicio (que es como hacer deporte pero ya sin el más mínimo rastro de diversión que pudiese tener) y había que seguir comiendo sano. Y todo mientras nos prohibíamos salir aunque fuese a dar una vueltecilla a la manzana. Porque lo que aquí prima no es el goce, sino el sacrificio. Porque incluso en unos tiempos como los nuestros, escasamente heroicos, parece que el hombre aspire a algo más que a la flácida comodidad de pizza, porno y Fifa en el sofá. Que aspiramos a hacer grandes cosas aunque rara vez lo intentemos y casi nunca lo logremos. Y aspiramos a la buena vida y a sentirnos buenos, o al menos un poco más buenos que el vecino, aunque sea simplemente paseando por la calle con las cortinas de la abuela en los morros.
Quizás por eso sea más fácil lamentarse de que nadie salga ahora a protestar por el precio de la luz que salir a protestar por el precio de la luz. Por hedonismo y por lo cómodo que es el sofá y demás, sí. Pero bien podría ser por ese orgullo de clase que exhiben los socialdemócratas cuando pagan impuestos: porque podemos (con mayúscula y sin ella) y, sobre todo, porque hay que hacerlo. Por eso nos llamamos hedonistas mientras vamos al gimnasio, comemos quinoa, bebemos kombucha y pagamos lo que no está escrito por un bien tan básico como es la electricidad. Y lo hacemos convencidos, porque hay que salvar el planeta pero, sobre todo, porque nos lo hemos cargado nosotros. Lo hacemos para contaminar un poco menos pero, sobre todo, para castigarnos un poco más, para cargar un poco más de narcisismo nuestra mala conciencia occidental.
La factura de la luz no es cara porque los políticos sean muy malos sino porque somos todos muy buenos. Porque queremos pagar por el CO2 y porque queremos energías renovables y porque no nos gustan las nucleares y demás. La factura de la luz es el homenaje que la hacienda europea rinde a nuestra virtud ecologista y sostenible. Y está bien y deberíamos agradecer que alguien nos recuerde de vez en cuando, como las abuelas, que para presumir hay que sufrir y que quien quiera la salvación tendrá que cargar con la cruz (aunque sea un ratito).