THE OBJECTIVE
David Mejía

Garzón y los juegos del hambre

«Lo peor de Venezuela no es la tiranía, sino la cleptocracia que ha arruinado a un país, literalmente adelgazándolo, mientras engordaba los bolsillos de una minoría, feliz de lucrarse con el hambre ajena»

Opinión
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Garzón y los juegos del hambre

Benjamín Mejías Valencia | Flickr bajo Licencia Creative Commons

No toda exclusiva es un escándalo, ni todo escándalo es una exclusiva, pero hay primicias que encajan en ambas categorías como en un traje a medida: «El bufete de Garzón factura 9 millones a Venezuela por ‘coordinación con la Fiscalía en España’». 

Lo adelantaba a primera hora este diario, con la firma de Francisco Mercado: Ilocad, la empresa de la que Baltasar Garzón es administrador único, fue contratada por PDVSA, petrolera estatal de Venezuela, entre otras cosas, para supuestas labores de coordinación con la Fiscalía y los Tribunales españoles. 

La noticia sería inquietante incluso si Baltasar Garzón no fuera la pareja sentimental de Dolores Delgado, Fiscal General del Estado. Pero lo es. Y antes fue Ministra de Justicia. Es cierto que en 2016, año en que está fechado el contrato mercantil, Delgado no era ninguna de las dos cosas, sino fiscal de la Audiencia Nacional, pero la discrepancia temporal no resuelve el conflicto de intereses; si acaso, lo gradúa. 

Los aludidos alegarán en su defensa que en el caso PDVSA no hay enfrentamiento entre el bufete y la fiscalía, pues ambos ocupan el lugar de acusación, pero la ausencia de confrontación en sala no remedia la colisión entre las partes, una patología pública por la que solo dimiten concejales.  

Pero el escándalo va más allá del conflicto de intereses. Tras revisar las cifras del contrato, 8,8 millones de euros, he comprobado que en 2016 la pobreza extrema en Venezuela superaba el 50%. Y desde entonces, solo se ha agravado. Lo peor de Venezuela no es la tiranía, sino la cleptocracia que ha arruinado a un país, literalmente adelgazándolo (el venezolano promedio perdió 11 kilos en 2017) , mientras engordaba los bolsillos de una minoría, feliz de lucrarse con el hambre ajena. 

No está en cuestión la integridad ni el decoro de los actores de esta historia; esa duda está despejada. Falta por esclarecer qué profundidad alcanzan los tentáculos del régimen de Maduro. Cuántas voluntades, legalmente corrompidas, están entre nosotros, erosionando nuestras instituciones. Y falta por aclarar, si los argumentos jurídicos no alcanzan, qué juicio moral debemos a quienes se hicieron ricos matando de hambre a ese país que se llamaba Venezuela.  

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