Diferencias entre celebrar un 1 y celebrar un 8
«La solución nunca ha sido pelearse más, sino resistir mejor la embestida, el embate antidemocrático que nos quiere reventar por dentro como sociedad»
En Cataluña es todo tan intenso y apretado que se nos agolpan las efemérides. No damos abasto a conmemorar. Tiene miga que los partidarios de separarse del resto de Cataluña (de España lo tienen más difícil, y por eso se han especializado en el independentismo de andar por casa, feroz, pero de pueblo…) tengan su fiesta mayor referencial el 1 de Octubre, cuando el famoso botifarrèndum, y todos los demás encendamos las velitas de la nostalgia el 8 de Octubre, cuando una vasta riada de catalanes se echó pacíficamente y por sorpresa a la calle para decir prou. Pero lo mejor es que era un prou increíblemente cohesionado y unitario, de gentes de todo pelaje, condición y color, aparentemente irreconciliables por esto y por lo otro y por lo de más allá, y en cambio con un firme designio de convivir y de tener la fiesta en paz costara lo que costara.
Del 1 al 8 de Octubre de 2017 mediaba un abismo de esperanza y de posibilidades. De tensar la cuerda al máximo a estrechar lazos con pasión. De casi destruirlo todo a no dar por muerto nada. Al llamado de Societat Civil Catalana afluyeron personalidades de todo el arco democrático. Gentes tan técnicamente dispares como Mario Vargas Llosa, Inés Arrimadas, Cayetana Álvarez de Toledo, Josep Borrell o Joan Coscubiela se dieron un atónito baño de masas y de unidad. Había que aprender a estar muy juntos, más juntos de lo que quizá jamás se había estado, para hacer frente a la mayor amenaza política ya no desde el final del franquismo (al fin y al cabo, al final del franquismo en Cataluña había bastante más armonía política que ahora…) sino desde la mismísima guerra civil. Cuando la más mínima discrepancia se ventilaba a tiros.
Cuatro años después estamos casi en las mismas, con un importante matiz. El separatismo[contexto id=»381726″] se vuelve más y más agresivo -más peligroso- cuanto menos convence y más se desilusiona, mientras que en el bando llamémosle inseparable ha cundido el desánimo. O, peor aún, una especie de envenenada y no siempre desinteresada resignación.
La gente harta y decidida, pero buena, que desbordó las calles de Barcelona hace cuatro Ochos de Octubre sabía que a la ruptura no se la derrota agachando la cabeza, pero tampoco con más ruptura, ni al extremismo con más extremismo, ni a la división con más desgarro todavía. La solución nunca ha sido pelearse más, sino resistir mejor la embestida, el embate antidemocrático que nos quiere reventar por dentro como sociedad.
Algunos ni somos tratantes de ganado presupuestario ni apostamos por mandarlo todo al cuerno. Creemos sinceramente que hay salida. Que hay fórmula. Una tan simple, en el fondo, que parece la receta de la abuela. Cójase un poquito de todo esto:
1. Respeto a nuestro ordenamiento democrático
2. Una persona, un voto
3. Garantizar la estabilidad y el crecimiento económico
4. Respetar los sentimientos de españolidad (que casualmente y pese a todo, siguen teniendo una mayoría de ciudadanos catalanes…)
5. Apoyar el catalán sin arrinconar ni despreciar el castellano. ¿Qué necesidad había? ¿Qué necesidad hay?
6. Medios públicos plurales
7. Neutralidad institucional
8. Respeto al Estado
Y con esto y un bizcocho, vamos a por otro Día Ocho…