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Un pícaro anda suelto

«Hace cuatro años, el pícaro se decidió por la fuga. No me parece mal, conociendo el destino de los compañeros que decidieron quedarse en territorio español, pero de ahí a declarase un exiliado impenitente hay un abismo»

Opinión

Guglielmo Mangiapane | Reuters

  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

A la espera de lo que decida la justicia europea, el pícaro Puigdemont sigue suelto y coleando. Mientras escribo estas líneas, pía por la radio y (cómo no) carga contra la malvada España. El argumento no es otro que la pérfida política se vale de la justicia para hacerle la puñeta y no dejarlo en paz a lo largo de cuatro años. Puigdemont, qué duda cabe, ya sólo vive de la justicia española, o, mejor dicho, de su patinaje en el ámbito internacional.

Hace cuatro años, el pícaro se decidió por la fuga. No me parece mal, conociendo el destino de los compañeros que decidieron quedarse en territorio español, pero de ahí a declarase un exiliado impenitente hay un abismo. Hay un punto, además, de alucinación en el discurso de Puigdemont. Sus teorías de la conspiración -bien engrasadas por su fiel escudero Gonzalo Boye, turbio abogado de causas innobles- no hacen más que engrandecer cierta paranoia nacional y poner palos en las ruedas en un, por otra parte, más que cuestionable proceso de diálogo.

El relato que construye Puigdemont es el del rebelde con causa al que acechan y persiguen los malos de la película. En la ficción contrahecha no queda claro si el personaje ha devorado completamente al político mediocre que fue o si no hay más que aspavientos de un hombre que lucha contra el ninguneo. En algunos momentos parece creerse esa figura trágica obligada al duro exilio; sin embargo, la mayoría de las veces parece disfrutar de la gran farsa en la que se ha convertido su caso.

Sea como sea, Puigdemont -como buen convergente- sigue viviendo de un cuento antiguo y cuyo final no puede alcanzarse porque sería el fin del chollo. Preferiría de buen seguro proferir sus airadas diatribas contra España desde una masía del Ampurdán; pero, en cualquier caso, picaresca al personaje no le falta.