THE OBJECTIVE
Juan Claudio de Ramón

España desconcentrada

«El Estado tiene que hacerse presente en todo el territorio, llevando con él la Nación»

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España desconcentrada

Bartolomé Juan Kobalczyk | Flickr

No tengo objeción a que unas pocas o unas muchas instituciones del Estado salgan de Madrid, tal y como ha anunciado el Presidente. Pierdan cuidado los reacios: la política vive más de los anuncios que de los hechos, y me temo que a este anuncio no le seguirán los hechos, acaso una subcomisión para estudiar el asunto con sede en Madrid. Pero si el plan se llevara a cabo, sólo le veo ventajas. El Estado tiene que hacerse presente en todo el territorio, llevando con él la Nación. En contra de algunos temores pregonados, no faltarán funcionarios con ganas de dejar de chupar tubo de escape y gozar de las dulzuras de la vida en la ciudad pequeña o mediana. Para combatir el particularismo, la desconcentración es vastamente superior a la descentralización: tras cuatro décadas de autogobierno, es legítimo sospechar que las élites locales están menos interesadas en ejercer poderes que en exhibir las galas del poder. Capitalear mola.

De modo que adelante. Múdese el Tribunal Constitucional a Cádiz. Ningún lugar más propicio, como han explicado los profesores Moreno y Teruel en un artículo que suscribo. A ninguno se le puede acusar de oportunismo, siendo como son extremeño y murciano. Y derríbese el edificio en Madrid, horrible, de arrancarse los ojos. Vaya el Senado a Barcelona (a ver si es verdad que lo quieren) y el Tribunal de Cuentas a Valencia. El PNV ya informará de lo que se debe a Álava o Bilbao. El Consejo Económico y Social puede ubicarse en Málaga y así dar noticia de su existencia. El Defensor del Pueblo podría liar el petate y marchar para Zaragoza, en recuerdo del justicia Lanuza. El CSIC, migrar al pueblecito cántabro donde nació Torres Quevedo. Hay museos estatales en varias ciudades de (en Valladolid, Burgos y Cartagena, tres magníficos) pero sería el primer visitante del Naval en La Coruña (otro feo edificio madrileño a abatir) o del Arqueológico en Mérida o Tarragona. Y así un centenar más de sedes podrían cambiar de lares, porque si fueran solo tres o cuatro surgirían los agravios. La descongestión hasta podría ser buena para Madrid, que quizá desarrollara algo que nunca tuvo, una élite local específica que, en imitación de la burguesía de Bilbao o Barcelona, mimase la Villa sin preocuparse de escalar posiciones en la Corte.

Otra razón de peso para desconcentrar la capital, apuntada por Josu de Miguel, es comprobar que no soluciona ningún problema político o económico de enjundia. Al País Vasco y Cataluña no les hizo falta tener direcciones generales para llevar la delantera económica durante décadas. Tampoco les hace falta para tener vara alta en la política del Estado, o mando en plaza ministerial si lo quieren. La sede de un organismo puede ayudar a regenerar un barrio o mantener con vida una ciudad pequeña; difícilmente puede reflotar la natalidad o arreglar la economía de una región mal autogobernada. La burocracia autonómica no es trivial y no ha traído genuino crecimiento en ningún sitio. Menos aún si la identidad local deja de ser un atractivo reclamo para convertirse en un oneroso arancel para foráneos. La gente afluye donde las fronteras de su vida se ensanchan, no donde empequeñecen, donde las posibilidades son muchas y las obligaciones no son arbitrarias. El «efecto capitalidad», al que supuestamente Madrid debe enormes plusvalías robadas al resto, es el enésimo cuento de las tristes comadres del nacionalismo subestatal. El propio éxito que han tenido propagándolo prueba que influencia en la capital no les falta. No ayudan. El principal escollo que deberá salvar la desconcentración es despegar una música interesante de una letra equivocada que, en lugar de enfatizar la bondad de distribuir territorialmente el poder en común, se presenta como la sudoración de un injusto rencor hacia Madrid.

Por lo demás, no debe preocupar donde esté la capital de España, sino que España tenga una capital, que no es un puñado de ministerios, sino un puñado de cabezas pensando obsesivamente los problemas y obsesivamente dispuestos a trabajar para darles solución. Cuanto más repartidas por el territorio, mejor. El problema de un país no es tener muchas cabezas sino tener la cabeza en otro sitio. Desconcentrar está bien. Lo importante es centrarse.

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