¡Hércules, sálvanos!

Un vistazo por encima a la España de ahora mismo, buscando noticias múltiples de cualquier fuente, para mí (y trato de ser objetivo) arroja un saldo triste: la desunión y el encono de unos partidos con otros tiene tintes de guerracivilismo verbal, y no sólo de normal disidencia democrática. Hay resentimiento y algo parecido al odio, y por supuesto todo lo que sea desarticular el Estado es bien visto, por una «izquierda», a veces de millonarios, que muchos no sentimos como real izquierda. Pongamos Ximo Puig -seguidor de Sánchez y con iguales problemas en su comunidad-. ¿Por qué busca sacar los ministerios de Madrid? Muchos periódicos hablan de un ataque frontal a la Comunidad madrileña, que ha querido ir por libre. Seguro que algo de eso hay, pero no sólo. Olvidando que España es el país más descentralizado de Europa, piden más aún, pero y entonces ¿no valen las Autonomías? No digo que Puig (falso simpático) sea independentista, no. Digo que, como Sánchez, debe ceder ante unos socios locales que sí lo son. Y entonces «desarregla» el Estado. Se me hace muy extraño que haya gente que todavía vea «ideología» donde hay solo afán de poder. Ojalá Sánchez y Puig fuesen de veras socialdemócratas, porque desde esa ideología no harían lo que hacen. La ideología es un telón de fondo, lo que queda -y más visible cada vez- es el afán de seguir en la poltrona de mando. Por supuesto si esto hace el PSOE, tan lejos de antes, ¿qué no hará la Podemos de los ricos populistas et alii? Pues más independentismo, visible menos o más. Pero se olvida que esos minipartidos (que Sánchez y Puig necesitan para seguir dónde están) son muy minoritarios a nivel global.

Que critiquen a Casado o Ayuso es normal, pero que quieran tumbar el Estado, dándose o no cuenta, es harto feo y de mucha tristeza. Fruto de todo esto -y voy en vuelo muy general- viene la sensación de caos, que sólo puede, desde la pura moderación, llevar votos a la derecha. Hace bastante tiempo -desde luego con Rajoy ya, tan corto y timorato- la sensación de que Cataluña y el País Vasco (ahora además Baleares) intentan no ser Estado y tienen su dinámica propia -por poco sentido de presencia en el mundo que ello tenga- muy a menudo saltándose la Constitución sin que nadie rechiste, es otro espectáculo muy malo. Pero, veamos (y esto afecta a cualquier supuesta ideología, izquierda o derecha) si yo por ejemplo doy una conferencia, obviamente muy mal pagada, la cultura anda por los suelos, en cualquier Comunidad Autónoma, debo rellenar en una infinita burocracia multiplicada por mil, papeles y papelitos, hasta la mera fatiga, y ello por 300 euros brutos. De verdad, horrible. Pero es que, además, el papeleo y los requisitos varían de una Comunidad a otra: Valencia o Andalucía, por ejemplo, piden cosas muy parecidas, pero con procedimientos distintos. Ni en lo práctico y general funciona ya la sensación de Estado. He oído a izquierdistas de siempre (que nunca fueron separatistas) frases como: «Vaya, no me jodas… Va a ser verdad aquello de una y no cuarenta y una…», y seguía, socarrón, yo con respeto para lenguas e idiosincrasias, me cargaban esa sinecura de las autonomías». No son expresiones mías.

Se aprueban leyes que no se sabe si funcionan: a Puigdemont lo dejan hacer el tonto por ahí, acaso porque le viene bien a Sánchez y la ley que permite la eutanasia -que cuenta con el favor de ciudadanos de muchas ideologías- se atasca sobre todo con gobiernos de derechas. Es capital que la derecha, con todo respeto, se desvincule de los dogmas católicos. Mi mamá era de derechas -muy liberal- y hacía mil años que no era católica. En fin, veo Francia -los funerales de Estado al actor Belmondo- y me digo eso es un país. Alemania (más descentralizada) sí, y vuelvo a repetir: eso es un país. Miro España y digo bajito: ¡Hércules, sálvanos!