THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

Pongamos que hablo del Hombre Simiente

«Quiero simplemente mantener vivo el recuerdo del profundo sacrificio y dolor que el género masculino ha sufrido desde nuestros orígenes, siempre en defensa heroica de sus mujeres, sus familias, sus costumbres y su sociedad»

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Pongamos que hablo del Hombre Simiente

Son pocas las veces a lo largo del año en las que uno tiene la suerte de encontrar un pequeño tesoro.

Hablo del El Hombre Simiente, pequeño «caramelo» editado con inusitado cariño y esmero por La Huerta Grande, y que recibí de su fundadora y editora, Philippine González-Camino. Escrito por Violette Ailhaud (traducido por la propia Philippine e ilustrado con gran acierto por Patricia Romero), me ha producido una gran emoción. Este corto, pero mágico relato biográfico me ha inspirado al mismo tiempo algunas ideas. Son reflexiones literarias, pero también, como no podía ser de otra manera para un columnista de actualidad, son observaciones sobre nuestra sociedad (aviso a aquellos «no cultureta»”: stay tuned).

Empezaremos por el libro. La historia autobiográfica que narra Violette Ailhaud transcurre en 1852 en un aislado pueblo de los Alpes, en el que los hombres han sido asesinados o detenidos por las huestes de Louis-Napoleón Bonaparte. Las mujeres en su soledad y aislamiento trabajan el campo y sacan adelante a sus hijos. Hace años que no llega un hombre al pueblo, por lo que juntas deciden que el primer hombre que llegue al pueblo será de todas: se convertirá en la simiente de todos esos ávidos vientres vírgenes y vacíos que traerán la nueva vida a ese micromundo rural.

La autora escribió este texto en 1919 con ochenta y cuatro años de edad, y nunca publicó nada en vida. Violette tuvo la increíble visión de meterlo en un sobre, y dejárselo en herencia a su descendiente mayor de sexo femenino, pero solo cuando esta tuviera entre quince y treinta años. Además, esa transmisión del manuscrito no se debía realizar en el momento de su muerte, sino que manifestó en su testamento que no se hiciera hasta 1952, y que entonces fuera entregado a su legítima heredera. La historia de su publicación es un túnel del tiempo horadado en 1919, con un tragaluz en 1952 y salida en el 2005, que es cuando finalmente se publica el texto por primera vez en Francia. Desde entonces el libro adquiere poco a poco un discreto pero creciente éxito.

El relato llama la atención por muchas razones. Primero por la belleza de su prosa poética, su potente carga de profundidad, por su severa brevedad y por lo bien que se lee, mérito en gran medida también de su traductora. Es un canto a la sensualidad femenina en una época y en un ámbito (el rural) en el que el tema era innombrable. Su delicadeza al describir el deseo femenino – ahora que estamos acostumbrados a tanto realismo casi pornográfico – es verdaderamente tierno, delicioso y sensual. Es feminismo real y rural.

En segundo lugar, la tortuosa historia de su publicación atrapa la imaginación del lector. El magnetismo que supura el hecho de encerrar unas trágicas y románticas vivencias personales en un sobre y dejarlas madurar durante décadas para que vean la luz en otra época, en manos de otra generación, es indescriptible. La autora parece que buscaba otros lectores, ojos de otro siglo y de otra moral más receptiva. Era una hija precoz del Mayo del 68, y de su revolución sexual. Como dijo el filósofo francés André Glucksmann (Fuente: ABC): «Nos guste o no, todos somos hijos del 68». Ella se adelantó a su tiempo, escogiendo a los hijos del 68 como los destinatarios de su legado.

El libro transmite la angustia de la mujer ante la ausencia de la figura del hombre en su dimensión masculina, física y sexual. Narra la necesaria unión entre hombre y mujer, tanto bajo el cobijo del amor, como bajo la necesidad reproductora femenina. Representa el ansia maternal que cargan sus protagonistas, madres sin pareja posible, anhelando su media naranja masculina. Ante la ausencia del hombre, la mujer está predestinada a la fatalidad y a su propia desaparición como especie. Le falta su socio original en este mundo (y viceversa).

Esto me hizo reflexionar también sobre el papel del hombre en la historia, y el absurdo e ilegítimo castigo que el feminismo radical aplica a sus propios abuelos, padres, hijos y hermanos por haber heredado un modelo de sociedad y por la actitud de unos pocos canallas maltratadores. Pero es en este libro, curiosamente, donde vislumbro la tragedia que ha acompañado al hombre desde los orígenes de la humanidad. Pone de manifiesto lo mucho que «hemos» sufrido los hombres, cómo víctimas desproporcionadamente mayoritarias de todas las batallas, trifulcas y guerras de la historia. Con esta reflexión quiero simplemente mantener vivo el recuerdo del profundo sacrificio y dolor que el género masculino ha sufrido desde nuestros orígenes, siempre en defensa heroica de sus mujeres, sus familias, sus costumbres y su sociedad. No todo fue dominación y privilegios, sino que nuestros antepasados masculinos pagaron un altísimo precio por disfrutar de esa posición privilegiada en la sociedad: ser diezmados regularmente en las guerras, detenidos masivamente en los conflictos, generaciones de hombres exterminados cada pocos años a lo largo y ancho del planeta. El feminismo cancelador quiere imponer como norma de actuación del hombre lo que es la excepción, y montar un mito, un mantra que termine anidando en el subconsciente de las mujeres jóvenes, con el ánimo de manipular su futuro, destrozar el modelo de familia tradicional y sustituirlo por una entelequia.

La mujer ha sufrido un ostracismo trágico desde los albores de la humanidad. Es esencial lograr una igualdad absoluta de derechos y obligaciones. Por otro lado, también existen muchos modelos de familia y de amor en la sociedad que deben disfrutar de ese mismo equilibrio, protección y respeto. El vínculo entre hombre y mujer es intrínseco al ser humano, pero en la diversidad está la riqueza y la libertad de una sociedad.

En fin, lean El Hombre Simiente, y deléitense con un canto al amor, a la sensualidad femenina, a la necesidad de ser madre, al feminismo de verdad y al hombre como complemento de la mujer. Un torrente de llanto sobre el dolor que genera la ausencia. Un grito de angustia sobre la soledad. Un poético, mágico y amargo recuerdo de otros tiempos.

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