THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Hipopótamos

«Las teorías animalistas en boga van sumando personalidad jurídica al animal mientras se la van restando al hombre»

Opinión
Comentarios
Hipopótamos

Roberto E. Rosales | Zuma Press

Desde que leí Los informantes y conocí después a Juan Gabriel Vásquez, su autor, he pensado que en el mapa de la literatura en lengua castellana, él sería el impecable sucesor de Vargas Llosa, si no fueran contemporáneos. En el mundo intelectual, el espíritu transmigra a través del tiempo y no crean que digo una tontería. Se establecen invisibles árboles genealógicos y herencias silenciosas; incluso funciones y talentos idénticos en épocas distintas. Vargas Llosa está en forma todavía –quien llegara como él a los ochenta y cinco– pero Vásquez ha de jugar un papel familiar en el genius loci que también existe en cada una de las literaturas que hay en el mundo. Por eso encontré de una lógica aplastante que, este año, su última novela obtuviera el Premio Cátedra Vargas Llosa y recordé después la que hace diez años –¡diez ya!– ganara el Premio Alfaguara de Novela, El ruido de las cosas al caer, la mejor para mí –o la que más me gustó– de las que llevo leídas de él.

Esta novela comienza con la muerte de uno de los hipopótamos de Pablo Escobar, después de que su rancho fuera tomado por la policía y el capo de la droga falleciera en el tiroteo. Escobar tenía en su hacienda un zoológico con piezas de importancia considerable. Parece que en esos reinos o imperios donde campa cerca la muerte, la propiedad y el contacto con animales salvajes –con fieras, decíamos antes– se aprecia mucho, como se apreciaba en el antiguo Egipto, el imperio romano y las cortes europeas del XVII y XVIII. De estas últimas surgieron los primeros zoológicos y museos de Historia Natural, como surgirían la mayoría de museos nacionales. Ahora mismo, en Versalles, se celebra una magnífica exposición con los animales disecados y las obras de arte de carácter zoológico que encargaban y coleccionaban los Borbones siglos atrás, mientras las expediciones naturalistas hacia continentes inexplorados tenían el apoyo real. Recuerden el rinoceronte que asombró a Europa –a los que lo vieron y a los que no, pero supieron de él–, regalado al Rey de Portugal por el sultán de Ahmedabad a principios del siglo XVI.

Todo eso –la buena obertura de una novela, los animales exóticos, las haciendas de algunos narcos, los palacios reales del Viejo Continente…– tiene un sentido y son signos que conocemos y que no nos sorprenden, pero el asunto de los hipopótamos de Escobar ha tomado en Colombia una deriva inesperada. Parece que son animales de excelente capacidad reproductiva y se han multiplicado como por ensalmo. No sé si es el Estado o las autoridades locales han decidido esterilizar a tanto hipopótamo, que por otra parte es un animal muy peligroso si se molesta o enfada. El caso ha llegado a manos de un juez o una juez de una corte de Estados Unidos, que ha dictado sentencia deteniendo no sólo la operación de esterilización sino considerando que los hipopótamos son sujetos con pleno derecho a decidir (sic) si quieren reproducirse o no. Una consideración con rango de ley no sé si internacional pero que sí obliga, parece, a Colombia y se pasa por el forro el daño que causan a otras especies y la amenaza a eso que llaman ahora la biodiversidad.

No negaré los derechos de un hipopótamo, sobre todo si lo tengo enfrente y con la boca abierta, o avanzando hacia mí como un arrollador tren de alta velocidad. No sólo no se los negaré, sino que le concederé los míos y los que él quiera –esté o no apoyado por un juez– con tal de perderlo de vista. Y lo mismo digo si lo tuviera nadando delante de mí porque dejan el agua perdida, lo que se dice perdida, de excrementos a la mínima que se descuidan: ni la Guerra del 14. Pero al juez o a la juez de Estados Unidos esos hipopótamos les caen muy lejos. Tanto como cerca, da la impresión, las teorías animalistas en boga, que van sumando personalidad jurídica al animal mientras se la van restando al hombre. No sabemos qué haría el juez si tuviera a los hipopótamos rondando el jardín de su casa. O sí lo sabemos pero hay lugares donde la razón ya no cabe, tanta es la tontería. Mucho mejor leer a Vásquez, que viene de la mejor Colombia.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D