THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

Homenaje al camionero desconocido

«Nadie parece querer ser camionero, de modo que la flota, con un número considerable de conductores al borde de la jubilación, mengua sin remedio»

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Homenaje al camionero desconocido

Peter Cziborra | Reuters

Entre los problemas del Brexit más comentados de las últimas semanas ha estado el de la falta de camioneros en el Reino Unido. Una situación achacable a la salida de aquel país de la Unión Europea y su mercado, pero que en última instancia remite a un problema más general de la profesión, aunque en otras partes del mundo se viva con menos angustia: nadie parece querer ser camionero, de modo que la flota, con un número considerable de conductores al borde de la jubilación, mengua sin remedio. Y los pocos que sí quieren serlo, prefieren ejercer en el continente, donde operan con más facilidad y oportunidades. Un impedimento logístico que se añade al atasco de las cadenas de valor globales y que genera un cuello de botella más en un problema de oferta que se nota, además, en los precios.

En estas semanas, no han sido pocos los reportajes de prensa y televisión que nos han mostrado la vida cotidiana y las condiciones laborales de los camioneros –y de las escasas camioneras–: días continuos de trabajo fuera de casa, con la pérdida de vínculo familiar que conlleva; exposición al riesgo inherente a la carretera; noches en camas estrechas en la cabina del camión; aseo precario en restaurantes de carretera o gasolineras… Dificultades a las que se suma una escasa consideración social, presa del arquetipo del hombre algo tosco, ocasional usuario de torrentianos burdeles de carretera, y pendiente de comer abundante y con carajillo. El retrato injusto se suma a la queja que los conductores solemos proferir –o pensar– cuando nos topamos con una autovía llena de camiones, más aún cuando uno adelanta a otro, tan agónicamente, y ralentiza nuestro ritmo.

Un ritmo que suele ser rápido porque la carretera cansa y queremos llegar. Cuando por fin finaliza un trayecto largo en coche, el cansancio, más que físico, es mental, porque las carreteras de grandes capacidades son un universo en sí no especialmente agradable: una maraña de asfalto rodeada de edificios industriales, polígonos, anodinas vías de servicio, obras ocasionales, gasolineras y extrarradios feos de ciudades y pueblos. A la mayoría, esos no lugares que conducen a los lugares a los que vamos nos quedan de paso, pero es la rutina diaria de un camionero, que además habrá de descargar o cargar en la nave y volver al tajo.

¿Cómo no entender que haya escasez de voluntades? Ante una profesión tan dura, adquiere otro cariz la promesa de una conducción autónoma propiciada por la tecnología que facilite a los hombres –y a las escasas mujeres que la ejercen– una profesión esencial para el funcionamiento de nuestras sociedades pero que exige un sacrificio demasiado oneroso. Si hay escasez de camioneros no se debe solo a un problema de incentivos mensurables en dinero o días de trabajo, sino por algo más profundo.

Un trabajo muy duro, digno y discreto, que deberíamos agradecer a quienes se dedican a él sin necesidad de que un problema de mano de obra nos recuerde el papel esencial que juega en nuestras vidas.

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