La política fuera de los partidos
«El 15-M intentó redescubrir la democracia y se dio cuenta de que lo único que más o menos funciona es la democracia representativa. Es decir, lo que ya estaba inventado»
«Qué tiempos aquellos en los que cualquier reivindicación era asunto tuyo», escribe Rafael Chirbes en su diarios, recién publicados por Anagrama. «Ahora, eso se lo han quedado en exclusiva los profesionales del tema. Tuvo que llegar la democracia para que nos sintiéramos expulsados de la política». El escritor valenciano hizo estas reflexiones resignadas en 1985. Pero su diagnóstico se puede aplicar a la política actual. ¿Existe la política fuera de los partidos? ¿Y las ideologías? ¿Existe el ciudadano politizado no adscrito, aunque sea sentimentalmente, a un partido político? O, más bien, porque seguro que existe, ¿se le oye? Creo que no.
Hace diez años, durante el 15-M, hubo un intento ingenuo y bienintencionado de crear una coalición de votantes que fuera más allá de los partidos. Es comprensible que sus demandas fueran institucionalizadas. El 15-M intentó redescubrir la democracia y se dio cuenta de que lo único que más o menos funciona es la democracia representativa. Es decir, lo que ya estaba inventado.
No existe otro vehículo para agregar demandas políticas que el partido. Hoy en día no hay alternativa. Los sindicatos de clase son lobbies de la clase media boomer. La sociedad civil está fragmentada en microcausas y capturada por activistas profesionales. Y a menudo funciona como actividad extraescolar de los partidos, un poco lo que hace el político de carrera los fines de semana. Y la prensa está en una deriva de segmentación ideológica radical: los medios solo pueden sobrevivir pegándose desaforadamente al poder político o al clickbait. ¿Qué queda? ¿La opinión pública? ¿Qué es eso? ¿Twitter?
No es que haga falta volver a las casas del pueblo, los ateneos, el casino como lugar de debate o los cafés al estilo siglo XIX (bueno, o quizá sí haga falta). El problema es el monopolio exclusivo de los partidos sobre la política. Todo acaba filtrado por ellos, y por lo tanto intoxicado por sus intereses, que a menudo son solo uno: su propia supervivencia.
En el acto del 20 aniversario de la edición española de Letras Libres, Enrique Krauze dijo que era peligroso dejar la historia en manos de los políticos, que son muy malos historiadores. También es un peligro dejar la política solo a los políticos.