THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

La recuperación se aleja sin remedio

«Las inversiones en la transición verde previstas en el ambicioso plan de estímulo pueden verse ahora comprometidas por la escasez de materias primas y su elevado precio en los mercados internacionales»

Opinión
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La recuperación se aleja sin remedio

Europa Press

Los fabricantes de coches paran su producción por la falta de microchips y otros componentes. La industria del acero hace lo mismo por ser inasumibles los costes energéticos. Algo parecido le puede suceder a los gobiernos europeos con sus planes de inversión en energías renovables. La lucha contra el cambio climático es la apuesta estrella del ambicioso plan de estímulo Next Generation: acapara el 37% de los 750.000 millones de euros de gasto previsto. Pero tendrá un recorrido limitado si persiste la volatilidad de los precios de las materias primas y de la energía. Con dos preocupantes consecuencias: el impulso que necesita la economía con estas inversiones no será tal y la urgente transición verde será más lenta de lo deseado.

El crecimiento ya se resiente de esa frustrada actividad industrial. Y no es por falta de demanda. Los problemas en las cadenas de suministro ahogan la oferta de casi todo: materias primas, componentes, materiales de construcción, los hoy imprescindibles para todo microchips… La recuperación se aleja sin remedio. La economía española, recordaba hace poco el gobernador del Banco de España, cerró el segundo trimestre 8,4 puntos porcentuales aún por debajo del crecimiento registrado a finales de 2019. El optimismo que provocó el júbilo consumista que siguió al desconfinamiento y las exitosas campañas de vacunación ha durado un cuarto de hora. Cada vez surgen más complicaciones.

El FMI ha recortado la previsión de crecimiento para este año del 6,4% al 5,7% y el servicio de estudios del BBVA lo sitúa en 5,2%. Mientras, el Gobierno se resiste a revisar el 6,5% con el que aspira a cerrar 2021 y que le sirve de base para la elaboración de los Presupuestos que se están tramitando estos días en el Parlamento. La inflación, que está en un tris de convertirse un problema estructural y ya no transitorio, alcanza cotas no vistas desde 1992. Se situó en el 5,5% en octubre. Un dato que refleja que la subida de los precios de la energía y de materiales se está trasladando a los precios finales. El poder adquisitivo de los consumidores y las empresas se reduce y se aplazan decisiones de gasto a la espera de que la inflación remita.

Mientras, aumentan las presiones sobre el Banco Central Europeo para que retire sus estímulos monetarios por el miedo a que efectivamente la inflación no sea temporal y se convierta en estructural. Su presidenta, Christine Lagarde, identifica las tensiones inflacionistas pero considera que son temporales y se resiste de momento a restringir su política expansiva. La apuesta no es evidente. De una parte, la recuperación necesita aún del aliento monetario, sobre todo en el caso de los Estados soberanos que han financiando a tipos negativos, sin impacto en el coste del servicio de la deuda en sus presupuestos, el colosal aumento del gasto social y sanitario como consecuencia de la pandemia. Por otro, si llega tarde a corregir su política expansionista, el BCE estará limitando el crecimiento de las rentas con el impuesto indiscriminado que supone la inflación.

De ahí que la llegada de los fondos europeos y su ejecución sea tan importante para tomar el relevo a la política monetaria como motor del crecimiento y de creación de empleo. Su gestión es todo un reto, sobre todo para países como España con un historial muy deficitario en la ejecución de los fondos estructurales europeos. Pero hay una dificultad añadida: las inversiones en la transición verde previstas en el ambicioso plan de estímulo pueden verse ahora comprometidas por la escasez de materias primas y su elevado precio en los mercados internacionales. En la construcción de paneles solares, centrales eólicas o coches eléctricos intervienen minerales cuyo precio se ha disparado. Como ejemplo: los cinco minerales más importantes que se usan en la fabricación de vehículos eléctricos se han encarecido un 140% en el último año.

Las llamadas desesperadas a la acción lanzadas esta semana en la Cumbre del Clima COP26 celebrada en Glasgow chocarán inevitablemente con esta realidad. Con el riesgo añadido de que si se prolonga la volatilidad de los precios y se demora el relevo de las energías fósiles por las renovables, el apoyo popular a estas últimas puede debilitarse. De forma que esta crisis energética puede ser la primera de muchas que comprometa el importante papel impulsor de Europa en la lucha contra el cambio climático. Ante este temor, el director de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), Faith Birol, fue tajante. «Hay quienes intentan presentar los altos precios de la energía como la primera crisis de la transición hacia energías más limpias. Es totalmente equivocado», dijo esta semana.

Más bien al contrario. Porque si algo está poniendo en evidencia la actual crisis energética que azota con más intensidad a Europa por su elevada dependencia en la importación de energías fósiles, sobre todo gas natural, ha sido que el continente necesita pisar el acelerador de su transformación hacia las energías renovables. Pero el boom verde sufrirá inevitablemente retrasos. Y el desabastecimiento de minerales puede ser recurrente en los próximos años.

Hay más de 110 países, que representan el 70% del PIB mundial y de las emisiones de CO2, que se han comprometido a reducir estas a cero en 2050. La competencia por esas materias primas va a ser intensa. La AIE calcula que habrá que hacer inversiones por valor de 35 billones en los próximos diez años para hacer posible esta transición. Su impacto en el crecimiento no va a ser tan contundente como se esperaba en el corto plazo debido al desabastecimiento y esta va a tardar más de lo esperado en completarse. ¿Tendrán los ciudadanos paciencia para esperar a ver los frutos de esa necesaria revolución?

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