THE OBJECTIVE
David Mejía

Matar sin querer

«¿Qué le ocurre a quien mata -como la madre del colegio esta semana- sin querer?»

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Matar sin querer

Europa Press

Doy vueltas al tema desde el mes pasado, cuando el actor Alec Baldwin provocó la muerte de una compañera de rodaje tras dispararle con un arma que creía inofensiva. Lo dejé estar, en parte porque la actualidad se impuso. Pero esta semana, tras conocer la historia de la mujer que sin quererlo arrolló con su coche a una niña de seis años, he recordado el consejo de un amigo escritor que, una tarde ya lejana, me sugirió que cada uno debe escribir sobre lo que le obsesiona.

Entre los sistemas binarios de los que nos servimos para ordenar el mundo, quizá el más siniestro sea el que divide a las personas entre quienes se han cobrado una vida y quienes no. Poca lástima nos merece el asesino, aquel que mató con voluntad y sin necesidad. Pero sí entendemos a quien mató por saber amenazadas su vida o la del prójimo, y es fácil acompañarle en el dolor. ¿Pero qué ocurre con quien mata sin querer, sin la voluntad siquiera de hacer daño? ¿A qué particular infierno desciende aquel que con un gesto, torpe pero humano, se coloca en la fila de los victimarios?

Dicen que el homicida accidental, aferrado a un instinto talmúdico, siente una deuda corrosiva y vive atormentado por un posible revés del karma. Es un pensamiento temible, pero optimista, porque la venganza del destino, dolorosa como fuera, será también lo que lo libere del fardo de dolor y culpa que arrastra como una sombra de cemento.

Pero la absolución no requiera ese sufrimiento. Quizá baste con aceptar que lo justo es juzgar a los hombres por sus intenciones y no por sus consecuencias. Fue un error anodino, con consecuencias fatales. Tuvo mala suerte. Sí, quizá pueda perdonarse, pero sospecho que nunca podrá revertir la deformación del mundo. El homicida accidental, como la familia de su víctima, nunca serán los mismos. No solo por el acto, y no solo por la pérdida. También por el efecto que provoca el impacto de las verdades que la vida caprichosamente nos arroja. Hay verdades que inauguran mundos, que nos despiden a nuevas realidades para no volver.

Homicidas y víctimas accidentales, y cuantos les rodean, aprenden que la vida tiene poco sentido. Que no hay karma, ni vigía. Que las cosas pasan porque sí. Que un despiste puede costar, o no, una vida. La triste verdad revelada no es que la vida iba en serio; la tragedia humana es que la vida bromea.

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