Poetas en coma, fosas comunes y desinformación
«¿Es la desinformación únicamente responsabilidad del que la promueve?»
La historia del señor que estuvo 35 años en coma y cuando despertó tenía dos hijas y se había casado, y hasta había escrito un libro -desconozco si también plantó un árbol- me parece maravillosa. No la historia en sí, que también, sino que haya colado. ¿A nadie se le había ocurrido antes preguntarse -y preguntarle- cómo se puede estar en coma y copulando, como versión posmoderna del «en misa y repicando»? Porque la historia ya vio la luz hace dos años en los medios, aunque ha sido ahora, tras aparecer en La Hora de la 1, cuando se ha viralizado. Y cuando alguien por fin se preguntó si aquello era posible y otro alguien, entendido del tema, dijo que ni de coña. Al final, claro, el señor postcomatoso se ha visto obligado a reconocer que no era verdad y que tendría que haberlo dicho antes porque «se salió de madre». Qué bonito eufemismo.
Pero dejemos a un lado al señor del supercoma, que al fin y al cabo no es más que un poeta al que le hicieron caso, y su mentirijilla es inocua. No va más allá de su ratito de gloria warholiana. A mí la parte que me interesa es la que nos incumbe a nosotros, la de cómo somos capaces de no cuestionarnos ni media, de no ser críticos con la información que recibimos. Ya no hablo siquiera de nuestra profesión, que esa sí que está comatosa, pidiéndole el cuerpo a gritos extremaunción y tierra. Pasemos por alto un momento que ese primer filtro ha fallado cuando no debería haber sido así. Por lo que sea -ejem, ejem- una información a todas luces falsa ha llegado hasta nosotros. ¿No deberíamos ser responsables y exigentes, como consumidores adultos de información que somos? ¿Es la desinformación únicamente responsabilidad del que la promueve? Porque quizá nosotros, con nuestras prisas y nuestro afán de postureo en redes, esa necesidad del like, y el retweet, y el follow -todas esas cosas modernas que nos hacen sentir bien con nosotros mismos y exhibir ante los demás- somos también responsables, partícipes activos de esa tramoya, aunque no sea intencionadamente. ¿Cuántas veces han compartido una noticia por el titular sin haberla leído completa, sin saber exactamente qué dice, sin comprobar que es, ya no digo veraz, pero al menos sí verosímil?
Es este caso del poeta procreador aletargado uno inofensivo, pero que representa de manera muy gráfica lo que está ocurriendo con la información y la desinformación, entre emisor y receptor, en un momento en el que todo el mundo puede ser ambas cosas gracias a las nuevas tecnologías y a las redes sociales. Que este señor haya o no estado treinta y cinco años en coma no supone más que un bulo, pero ha utilizado el mismo mecanismo que utilizan informaciones tendenciosas, manipuladas o directamente falsas que lo son por intereses económicos o ideológicos, con el fin de obtener ese rédito engañando al receptor final. Y para poder defendernos de eso tenemos que ser consumidores de información críticos y exigentes. Y si es imposible estar en estado grave y sin conocimiento y al mismo tiempo dar el sí quiero o alegría a ese cuerpo, Macarena, debería darnos igual quién lo dice y ponerlo en duda. No somos nuestra abuela diciendo «lo han dicho en la tele» como prueba irrefutable de veracidad. Como deberíamos poner en duda, por poner un ejemplo, a una ministra que afirma, sabiendo que es falso, que España es el segundo lugar del mundo en número de fosas comunes detrás solo de Camboya. Porque es un insulto a la inteligencia y una gran mentira, y cualquiera que haya leído lo más mínimo sobre genocidios durante el S.XX (recomiendo, si alguien sigue teniendo dudas al respecto, ‘El siglo de los genocidios’ de Bernard Bruneteau) lo sabe.
Necesitamos un periodismo de calidad, de hechos y datos verificados, riguroso y fiable. Que no deje pasar un comatoso inexistente ni una fosa de más. Y somos nosotros los que debemos exigirlo. Es la única forma de desenvilecer el debate público.