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Josu de Miguel

La nación vacía (o vaciada)

«El concepto de la España vacía habría exigido un mínimo de objetividad a la hora de trasladarlo a la opinión pública. No ha sido posible»

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La nación vacía (o vaciada)

Ricardo Rubio | (Europa Press)

Recientes encuestas atribuyen ya un grupo parlamentario a las diversas plataformas que van articulándose alrededor de la «España vacía» o «vaciada», tanto da. Los prescriptores del asunto, viajeros apresurados, comunicadores moralistas y publicistas sin escrúpulos, quizá empiecen a tener dudas. Porque la operación de la izquierda y el nacionalismo periférico, que pasa por producir un enfrentamiento artificial y peligroso entre las Españas y la capital del Estado para sostener electoralmente su actual entente, tiene la apariencia de ser un tiro en el pie del calibre de la campaña electoral contra el fascismo llevada a cabo contra Ayuso y Vox en las elecciones autonómicas madrileñas.

El concepto de la España vacía habría exigido un mínimo de objetividad a la hora de trasladarlo a la opinión pública. No ha sido posible. Cualquier demógrafo sabe que la despoblación es algo inherente a un país con graves problemas hídricos y una geografía complicada. Los economistas, por su lado, señalan que es falso decir que en el campo español no se ha invertido nada en los últimos cuarenta años: se habrá invertido mal, pero las cifras –fondos europeos mediante- muestran un salto cuantitativo en lo referido a las actividades productivas y los servicios. Por último, los sociólogos rurales advierten que el éxodo es muy antiguo, se produce en todo el mundo y, sobre todo, tiene una dimensión cultural de difícil solución.

Así las cosas, parece que se viene un cantonalismo de nuevo cuño con la consabida indignación como bandera programática. La lucha en cada provincia y circunscripción puede ser encarnizada, como ha mostrado Juan Jesús González. Vox ha hecho del campo la reserva moral de la nación, mientras que PP y PSOE tratan de fidelizar su voto a través de los mecanismos de control tradicionales (ayuntamientos y diputaciones). En cualquier caso, la irrupción de las nuevas plataformas localistas augura un escenario explosivo sobre todo para las izquierdas, que son quienes más se identifican sociológicamente con la famosa España plural.

Los experimentos demoscópicos de la última década han salido mal. La creación artificial de Podemos y Ciudadanos, con la idea de dividir la izquierda y la derecha respectivamente, ha dado unos resultados desastrosos en términos de fractura ideológica, polarización social e inestabilidad institucional. Con la España vacía llevamos el mismo camino. Como señalaba el catedrático de la Universidad de Zaragoza, Luis Antonio Sáez, el fenómeno parte de un equívoco comprensible: el campo español quiere ser como el PNV, formación –alabada y respetada- que ha mostrado el camino reservando a la política la descarnada función de intercambiar apoyos parlamentarios por privilegios en forma de ventajas fiscales y competenciales.

No vale lamentarse apelando a principios vacuos como la solidaridad: porque como vengo repitiendo, sin nación no hay mucha redistribución. En cualquier caso, habría que ser consecuentes en lo organizativo. Por ejemplo, la desaparición del interés general debería desembocar en un federalismo competitivo donde cada territorio se haga cargo de sus problemas con sus propios recursos (a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga, parecen decir ahora en León). La autonomía política exige, ya se sabe, pedir impuestos a los ciudadanos para cumplir las promesas electorales: hacer bandera de la confrontación territorial no parece muy compatible con pedirle recursos a un Estado que redistribuye a partir de un proyecto democrático basado en la ciudadanía común.

Por otro lado, el corolario institucional de nuestra mutación cantonalista, todo lo legítima y respetable que se quiera, sería reformar la Constitución para eliminar el Senado de una vez por todas, como vienen sugiriendo mis compañeros Eva Sáenz y Carlos Garrido, dado que el Congreso de los Diputados se transformaría definitivamente en la cámara territorial propicia para negociar las prebendas, canonjías y sinecuras del siglo XXI. Por pedir, al menos por mi parte, que no quede.

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