Franco, piedra angular
«Hay que volver a enterrar a Franco. Hay que quitárselo a estos maquiavelos de guardarropía y echarle el cerrojo de una vez»
Es asfixiante el clima de la política española, que no es exactamente el del país: las calles aún son respirables. El problema es la capacidad de la política para infiltrarse en las calles y estropearlas. Ahora se va infiltrando por Twitter, que se parece más a la política española que a las calles. El pasado 20 de noviembre Franco fue el protagonista un año más, en la política española y en Twitter. Es asfixiante.
Las calles son responsables por no haberles dado la patada a los políticos que han recuperado a Franco. Lo han resucitado, literalmente. El dictador Franco murió en la cama, pero los españoles lo remataron: pasando de él. En los años ochenta había desaparecido de la vida pública. No se había olvidado: se debatía sobre él, se estudiaba lo que había hecho, se sabía muy bien lo que había sido. Es falso que se callara. Pero no dominaba la vida. La vida se lo había cargado. España se lo había sacudido. Bailamos sobre su cadáver.
La democracia era la refutación de Franco. Había herederos de Franco, pero estaban sometidos a las leyes democráticas. Había inercias franquistas en la sociedad. Pero los españoles pudieron votar a partidos nostálgicos de Franco y no lo hicieron: tales partidos tuvieron al principio una representación irrisoria en el Parlamento y muy pronto ninguna representación. El franquismo había sido superado. Por supuesto, la dictadura y la Guerra Civil permanecían en la memoria colectiva, pero era un trauma que remitía al pasado; con restos en el presente, pero sin proyección hacia el futuro.
El momento en que volvió Franco fue sintomático: como amenaza electoral. Enarbolado por el PSOE cuando se disponía a perder el poder en 1996, tras haberlo mantenido desde 1982. Me refiero al tristemente célebre —e irresponsable— vídeo del dóberman, en que se identificaba la llegada del PP al Gobierno con la vuelta del franquismo. Ahí se resquebrajó algo que Zapatero en 2004 terminó de romper. Se liquidaron los consensos de la Transición. Liquidación que Sánchez y sus socios han exacerbado.
Franco está presente todos los días porque es la piedra angular de su política. La palanca que permite excluir a la oposición y la coartada para todas las inoperancias y errores. El frentismo que impera en la política española es muy cómodo para Sánchez. La crítica no se explica por los fallos propios, sino por el franquismo ajeno. El crítico de Sánchez es franquista por definición. Por eso hay que mantener a Franco operativo. Le procura a Sánchez una impunidad parecida a la de Franco.
Más sórdido es el uso que hacen los golpistas catalanes y los proetarras vascos, que comparten argumentación principal con Unidas Podemos (es decir, con parte del Gobierno de Sánchez): para ellos no hubo democracia de verdad en España tras la muerte de Franco y la Constitución de 1978, sino una prolongación maquillada del franquismo. Esto les permite justificar los crímenes de ETA y la intentona golpista del independentismo catalán: una justificación delatora, porque ellos saben que sería menos presentable que se lo hubieran hecho a una democracia. Pero el caso es que se lo hicieron a una democracia.
La pregunta es si los españoles vamos a consentir esta estafa inoculada, esta regresión. Vienen tiempos duros y será suicida la fijación enferma con el pasado a la que nos arrojan estos políticos por puro interés propio. Mientras se mantenga semejante alucinación, los problemas reales se descuidarán y se agravarán. Lo pagaremos con una vida peor. Hay que volver a enterrar a Franco. Hay que quitárselo a estos maquiavelos de guardarropía y echarle el cerrojo de una vez.