Se parece mucho a un nuevo telón de acero
«Lo que intenta Lukashenko es aparentemente forzar a la UE a abandonar las sanciones impuestas a Bielorrusia tras las quejas de irregularidades en sus últimas elecciones»
No debe haber nada más apetecible para el exagente de la KGB Vladimir Putin que volver a reunir a las antiguas repúblicas de la URSS, si no formalmente, sí en acciones comunes en las que él, desde Moscú y sin la menor cortapisa por parte de un Partido Comunista que ya no manda, toma de nuevo las riendas. Estas últimas semanas ha apoyado al dictador bielorruso Aleksandr Lukashenko, en su confusa operación de acogida de refugiados de países de Oriente Medio como Irak hasta la frontera polaca, intentando facilitarles el acceso a la Unión Europea. Los polacos han respondido por la fuerza y sin dejar pasar a nadie.
Lo que intenta Lukashenko es aparentemente forzar a la UE a abandonar las sanciones impuestas a Bielorrusia tras las quejas de irregularidades en sus últimas elecciones. Y, de repente, se encuentra con que los desesperados emigrantes pueden decidir que este país europeo, por muy totalitario que sea, es menos malo como lugar de residencia que Irak o Yemen y pretendan quedarse como asilados allí. Y lo de la inmigración política es algo que los antiguos miembros de la URSS nunca practicaron y que rechazan porque sienten aún más desconfianza ante los aludes de musulmanes que los países occidentales.
Lo que le viene bien a Putin es que Lukashenko se vuelve aún más dependiente de él y que ya tiene de nuevo un enfrentamiento fronterizo directo con los países de la Europa democrática. Además, las fracturas propias de la UE, debido a las políticas marcadamente derechistas de Polonia y Hungría, dificultan una respuesta coordinada de la maltrecha Unión. Y Putin, echando la vista atrás 30 años, jamás se habrá sentido tan fuerte desde Moscú frente a Occidente: Estados Unidos tiene una presencia muy debilitada en Europa, la jubilación de Angela Merkel priva a la UE de un liderazgo generalmente aceptado, y las condiciones para el tipo de presión y de ventajas sobre el Oeste que Putin lleva años intentando se vuelven mucho más favorables.
Otros elementos de los últimos años de la guerra fría y de la última guerra caliente en territorio europeo, la de los Balcanes, también reaparecen en el momento más inoportuno: Bosnia Herzegovina, donde las más terribles matanzas étnicas de esta era sucedieron, está de nuevo amenazada de partición, al plantear Milorad Dorik, el líder de su territorio de mayoría serbia, la Republika Srbska, el establecimiento de una administración paralela que equivaldría a una secesión. Y ahí sí que la posibilidad de un rebrote de la violencia con croatas y musulmanes parece real. Estados Unidos y la UE se olvidaron demasiado pronto del drama de la ex Yugoslavia, y las soluciones han sido improvisadas y débiles.
Toda Europa es hoy, en tiempos de pandemia y de inmigración descontrolada desde todas las zonas pobres y en guerra más allá del Mediterráneo, más débil. Gran Bretaña ha abandonado y está gobernada por un imprevisible y desordenado ultraconservador. Alemania está sin gobierno, abocada a una coalición de fuerzas muy dispares, que es lo que amenaza también a Francia en las próximas elecciones y lo que está minando gravemente a España, en la situación más grave de desgobierno, quizá, desde el final de la Guerra Civil.
Con todo ese maremágnum que la COVID no ha hecho sino acentuar en los dos últimos años, volvemos a la frontera entre Polonia y Bielorrusia y el análisis casi inevitable es que el hombre fuerte de Europa, el que tiene a lo que queda de la OTAN donde siempre querría haberla tenido. Es urgente una reconstitución de la alianza democrática para empezar a recuperar terreno. Ya es algo que se haya detenido por ahora ese gasoducto de Rusia a Alemania que era un arma más de Putin. Pero, visto desde España, el panorama sigue siendo desolador porque nuestro Gobierno, entre revolucionario y separatista, poco o nada va a poder aportar a esa reconstitución.