Alemania: la Gran Renuncia como resultado lógico de una época
«El anuncio del pacto tripartito del nuevo Gobierno alemán coincide estos días con la atención mediática que sigue despertando el fenómeno conocido como la Gran Renuncia»
El anuncio del pacto tripartito del nuevo Gobierno alemán entre socialdemócratas, verdes y liberales coincide estos días con la atención mediática que sigue despertando el fenómeno conocido como la Gran Renuncia. Millones de personas en todo el mundo, con especial fuerza en Estados Unidos, están abandonando sus trabajos, sin que haya una explicación causal específica. De fondo, se especula con el punto de inflexión que supuso para muchos la pandemia, momento de reflexión obligado sobre el sentido de la vida y, por tanto, del empleo al que dedicamos tantas horas, además de oportunidad de ahorro para quien tenía la posibilidad de teletrabajar. Sea como fuere, hay mucha gente que, apenas ha podido, ha dejado su trabajo, generando así un problema en determinados sectores, que insisten en afirmar que no son capaces de cubrir sus necesidades, incluso aumentando los salarios.
Olaf Scholz, el candidato socialdemócrata que consiguió resucitar a un SPD que empezó la carrera electoral en tercer lugar según los sondeos y con funestos augurios sobre su futuro, será el próximo canciller gracias a una campaña electoral en la que insistió en mensajes básicos relacionados con las condiciones de trabajo, como la subida del salario mínimo o la duración de la jornada laboral. Pero también sobre los valores intangibles que merece cualquier trabajador, como el respeto y la dignidad por lo que hace y por su aportación a la sociedad. Conceptos que fue repitiendo en mítines y debates hasta que las encuestas, y después los resultados, certificaron el acierto de su apuesta.
En la campaña de Scholz, así como en otras declaraciones como las recientes de la patronal británica sobre el fracaso del sistema para ofrecer un horizonte razonablemente próspero al trabajo frente al capital, se pone de manifiesto un cambio de mirada hacia el empleo. Si el SPD del entonces canciller Gerhard Schröder impulsó a principios de siglo una Agenda 2010 que extendió los así llamados minijobs, los discursos económicos que emanaban entonces de las patronales o los think tanks más afines hablaban de la necesidad de profundizar en la flexibilidad y en la formación permanente. La estabilidad laboral era una rémora y estábamos llamados a cambiar de puesto cada poco tiempo, entre otras cosas porque había empleos destinados a desaparecer o bien a ser trasladado a lugares con mano de obra más barata.
Era el espíritu de la época, y no tiene sentido buscar culpables, porque casi todos participamos, de una forma u otra, en él. Pero sí es importante fijarse en el cambio de consideración ante el empleo, y actuar en consecuencia, como hicieron Scholz y el SPD durante la campaña, con un éxito reseñable e inesperado. Los socialdemócratas alemanes parecen haber entendido un razonamiento poderoso tras la mencionada Gran Renuncia, y es que si nadie se toma en serio el valor de un empleo y del trabajo en sí mismos, cualquiera que sea, no se le puede exigir al trabajador que sea el único que lo haga y aguante estoicamente, sean cuales sean las condiciones y el discurso alrededor de su función. Además del «pay them more» de Biden, están también la dignidad y el respeto de la campaña del SPD.
Hay una enorme incongruencia en pedir más flexibilidad, certificar el final de las certezas laborales, congelar salarios y hablar de los tropecientos empleos que la gente tendrá a lo largo de la vida pero después sorprenderse de que no haya apego al puesto que en ese momento le toca a uno desempeñar. De la misma forma en que es contradictorio sorprenderse de que los trabajadores no se aferren a sus trabajos pero después, cuando lo hacen en lugares como Cádiz, se les critique igualmente, e incluso más.