¿Inquisitivos o inquisidores?
«La creación de la Universidad de Austin con el propósito de buscar la verdad y el compromiso de una libertad de pensamiento absoluta ilumina la tensión entre la visión de la razón y de la universidad propia de lo woke, lo liberal y de lo clásico-cristiano»
Hace unos días se anunció en Estados Unidos la creación de la Universidad de Austin (UATX). Nace con el apoyo de un grupo de prestigiosos intelectuales y académicos bastante transversales (desde Larry Summers hasta Arthur Brooks), como una respuesta a lo que consideran una crisis de la universidad americana, pasto de la cultura de la cancelación. Más allá de la noticia y de las preguntas prácticas que suscita (quién financia, quién dará clases, quién acudirá a sus aulas, etc.), pienso que la cuestión decisiva que plantea esta noticia es la relación entre tres modos de ver la universidad y –por ende- el papel de la razón y las condiciones para su ejercicio compartido en sociedad: la woke, la liberal, y la clásica-cristiana. Lo más jugoso de esta tensión está no tanto en el contraste entre lo woke y lo liberal; sino el deslinde entre lo liberal –entendido en su sentido filosófico- y la tradición clásica cristiana (que ya ensayé en estas páginas).
Qué hace un chico como tú en un sitio como este
Uno de los asesores de la Universidad es Jonatan Haidt, que ha impulsado durante años la Heterodox Academy para promover la diversidad de puntos de vista en la academia, frente a la concepción identitaria de la diversidad y la inclusión. Una de sus ideas principales es que la universidad puede tener como telos o propósito institucional uno de dos: la búsqueda de la verdad o la justicia social. Su diagnóstico es que la educación superior se está inclinando de modo radical hacia la justicia social a costa del respeto al contraste de ideas, y que esto tiene unas consecuencias devastadoras incluso para la salud mental de los alumnos, incapaces de lidiar con el desacuerdo que interpretan como ofensa.
La UATX se opone a esta corriente y su propósito es la búsqueda «audaz y sin trabas» de la verdad, que traduce en un compromiso total con la libertad de pensamiento e investigación (inquiry), de conciencia y el debate cívico. Para lo cual se configura como institución independiente de cualquier autoridad externa.
Lo interesante es que en el comité asesor de la Universidad hay al menos un pensador no liberal. Se trata de Sohrab Ahmari, iraní de educación progresista converso recientemente al catolicismo, y una de las figuras claves de los debates filosófico-culturales en el nuevo conservadurismo americano. En un artículo explica que él no comparte la visión liberal de que la libertad de pensamiento y expresión sean un derecho absoluto que no deba ser condicionado o limitado de ninguna manera. Y lo hace apelando al gran intelectual católico de los últimos dos siglos, fundador de universidades después de haber sido alumno y capellán de Oxford, John Henry Newman. Ahmari señala que hizo saber su posición a los promotores de la universidad, que le contestaros que por eso mismo le querían a él en el equipo. Quizá es sintomático que Stephen Pinker abandonó el barco a los pocos días. Aunque no aclaró por qué, es fácil imaginarlo.
La libertad os hará verdaderos ¿o era al revés?
Es frecuente la denuncia de que detrás del nuevo progresismo woke hay un giro anti-liberal, que se configura como una nueva ortodoxia, con sus dogmas, su moral (incluso sexual) y sus inquisidores. Este dogmatismo no solo impide el libre desarrollo de la ciencia o la educación, sino la misma posibilidad de una convivencia plural. Pero cierta crítica liberal de lo woke recurre –en esta materia como en otras- a la ridiculización de que el progresismo no hace sino revivir las estructuras autoritarias del pasado cristiano. Al hacerlo, pone en tensión las costuras que unen al cristianismo contemporáneo con la praxis liberal en la vida política o en la vida universitaria.
Está claro que lo woke es incompatible con el cristianismo y la tradición clásica y con el ideal liberal de sociedad abierta. Parece que es más fácil que se integren lo liberal y lo clásico, ambos cómodos bajo el rótulo de la búsqueda de la verdad. Pero sus principios son en último término contradictorios, pues el liberalismo afirma como condición necesaria –y acaso suficiente- la libertad absoluta de pensamiento, expresión y cátedra, para que se abra paso la verdad en el mercado de las ideas. Dicho en términos que usaba Zapatero, hay un contraste entre el evangélico «la verdad os hará libres» y el liberal «la libertad os hará verdaderos». El punto de conflicto está en las condiciones de posibilidad de la búsqueda de la verdad. Es decir: si basta que haya libertad o la verdad supone o exige algún tipo de autoridad (texto sagrado, tradición, magisterio).
Todo esto suena muy abstracto, pero es clave para discernir qué respuesta será más eficaz frente al dogmatismo woke: la libertad irrestricta en un terreno de juego neutral, o la configuración de un orden social en torno a algunas verdades fundamentales. Se trata también de un punto clave de la relación entre el cristianismo y el liberalismo.
Tiene, además, consecuencias prácticas y manifestaciones institucionales en las universidades promovidas por la Iglesia o sometidas voluntariamente a su magisterio, que no son pocas ni irrelevantes en nuestro país (y que en su origen histórico eran casi todas). En ese entorno se vive el conflicto entre la noción absoluta de la libertad académica y el papel inspirador pero también regulador de la Verdad cristiana para el avance de las ciencias naturales y humanas. En Estados Unidos la educación superior católica fue sacudida en su día por la Declaración de Land O`Lakes (1957) que reclamaba total autonomía académica y de gestión de las universidades frente a las autoridades eclesiásticas como condición para alcanzar la excelencia académica. Postura que fue corregida por Juan Pablo II en 1990, enfatizando que la relación entre razón y fe no es de mera buena vecindad.
Actitud inquisitiva y responsiva
No es fácil la relación entre Atenas y Jerusalén. Entre la actitud inquisitiva del individuo que cuestiona las verdades recibidas en la ciudad o en la iglesia, y la actitud responsiva ante el don heredado propia del creyente. Aunque ambas tienen el asombro en común. Pero –al menos en la tradición cristiana- el asentimiento al dogma y la obediencia de la fe es perfectamente compatible con el despliegue de la razón que busca entender: las cosas naturales, humanas y hasta las divinas. El mismo ejercicio de la autoridad magisterial infalible –como explicaba el citado Newman- no pretende sustituir la libre investigación, y no dirime todas las controversias. Tan solo en ocasiones toma partido para delimitar lo que es de fe –a veces, después de siglos de decantamiento- o exige que se deje de discutir cuando ya solo lleva a perder la caridad. Dogmatismo no es asentir a verdades que hemos recibido. Es afirmar dogmas en materias que están abiertas a la inquisición racional o que por su naturaleza admiten variedad de opciones. Un peligro en el que ciertamente han caído muchas sociedades y autoridades cristianas. Pero también liberales. No se resuelve este riesgo invocando una libertad sin condiciones ni límites para criticar, apoyada en el meta-dogma de que no hay verdades recibidas, que fácilmente se traduce en el mantra de la sospecha. Entre otras razones, porque ese criticismo acaba –en nuestro tiempo– deconstruyendo las instituciones donde sucede el diálogo racional entre personas (el claustro universitario, la plaza pública).