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Aloma Rodríguez

Almudena Grandes: una escritora para Madrid

«Pienso que era eso lo que ella hacía en sus novelas: mantener la mirada perpleja y ponerse en la piel de los demás»

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Almudena Grandes: una escritora para Madrid

Oscar Cañas | Europa Press

Sus dos abuelos eran madrileños, una de sus abuelas nació accidentalmente en México y la otra en el sur, pero Almudena Grandes (Madrid, 1960-2021) es la escritora madrileña por excelencia. Cuando fue la encargada de dar el pregón de las Fiestas de San Isidro, patrón de la ciudad, Grandes se acordó de su tía abuela, que era quien había tenido un mayor reconocimiento en la familia: había sido Miss Chamberí, y la fiesta de celebración fue en el solar donde ahora se levanta el Mercado Barceló. Almudena Grandes vivía enfrente, y presumía, según contaba en un artículo Antonio Lucas, de hacer el mejor cocido de la ciudad. Así que me la imagino bajando al mercado a hacer la compra. Su ciudad era un radio de diez minutos desde la Glorieta de Bilbao. En ese pregón contaba también que de pequeña se sentía distinta a sus amigas: ellas volvían del pueblo y solían pasar la navidad fuera. «Mientras mis amigas aprendían los nombres de los árboles yo aprendía que el autobús era mejor que el taxi, y el metro mejor que el autobús»: fue una niña de ciudad. Fue también una niña empollona, rara, que leía el periódico y sabía el nombre del presidente de los Estados Unidos: Nixon, respondía al reto de una compañera, que le preguntaba esperando que acertara para burlarse de ella por ser tan aplicada.

El archivo de RTVE alberga joyas, como el programa Un paseo por el tiempo, presentado por Julia Otero. En una de sus entregas –20 de julio de 1995– la protagonista es Almudena Grandes. Allí habla de sus abuelos, de las noches en La Vía Láctea, donde conoció a Fernando Trueba y Óscar Ladoire –era mi oficina, dice, solo faltaba que me hicieran fichar– a Sabina y Krahe los conoció en La Mandrágora, otro bar de música en directo. Habla de la efervescencia de Madrid en los ochenta, habla de su colegio de monjas, de que fue una niña gorda y quizá por eso empollona –«todos los niños desplazados en los colegios tienen que ser empollones, es una forma de sobrevivir»–. En ese momento, Almudena Grandes tiene 34 años y acaba de publicar la novela Malena es un nombre de tango, que como otras de sus películas se convertiría en película, esta bajo la dirección de Gerardo Herrero y con Ariadna Gil como protagonista. Era ya una escritora popular y respetada, era la escritora que había vendido un millón de ejemplares con Las edades de Lulú, premio Sonrisa vertical y llevada al cine por Bigas Luna. Tenía un hijo y esa noche, con Julia Otero, se ganó al público confesando que si pudiera elegir cualquier don escogería poder comer todo lo que quisiera sin engordar.

Madrid era su territorio, tuvo la suerte, según reconocía ante Julia Otero, de nacer y vivir en una ciudad que le gustaba y cuyo caos le resultaba estimulante. De Madrid hizo también su territorio literario, un poco como había hecho su admirado Galdós: la ciudad convertida en paisaje y personaje, un lugar donde suceden cosas hasta cuando sus novelas transcurren en otra parte. Almudena Grandes es un ejemplo de dedicación a la literatura y de compromiso con el trabajo; un modelo de disciplina. Pero hay una cosa que le dice a Julia Otero en ese programa que me parece que revela algo de qué es ser escritor: dice que solo se aprende el mundo cuando se es niño. Cuenta que un día hizo el ejercicio de caminar de rodillas para ver cómo se ve el mundo desde la altura de un niño. Y pienso que era eso lo que ella hacía en sus novelas: mantener la mirada perpleja y ponerse en la piel de los demás. 

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