El escorpión y la lengua en Cataluña
«Nunca han tolerado a más de la mitad de la población catalana que vive su catalanidad desde la libertad»
La reacción del separatismo ante la sentencia del Tribunal Supremo es la esperada, sobreactuación, aspavientos, conatos de desobediencia y exageración por una sentencia que, en verdad, solo acerca levemente la realidad social catalana a las escuelas pero que impacta de lleno en uno de los ejes fundamentales del llamado Programa 2000 ideado por Jordi Pujol en los años ochenta. Dicho programa es básicamente un plan de ingeniería social que, en el caso que nos atañe, utilizaba la educación como instrumento para lograr una «conciencia nacional» entre los alumnos catalanes.
La reacción del separatismo hace plantearme ciertas preguntas: ¿acaso el Tribunal Supremo a quitado las competencias en educación a la Generalitat? ¿Los profesores de las escuelas catalanas seguirán siendo los mismos antes y después de la sentencia? ¿El control curricular y pedagógico no seguirá siendo el mismo? ¿Cuál es la clave entonces de la desazón nacionalista? La verdad es que, si fueran un poco listos, en el fondo el Tribunal Supremo les ha hecho un favor, les permite (o les permitiría) acabar con el principal error estratégico en el que incurre y ha incurrido el nacionalismo: la obsesión identitaria, la creación de una sociedad estamentada en función de la lengua, la artificial imposición de una comunidad diglósica.
De hecho, si analizamos el proceso separatista, lo que realmente llama la atención es cómo es posible que hayan fracasado en su intento de romper nuestro país. Me explicaré, como decía más arriba, a los catalanes se nos ha impuesto un plan de ingeniería social con la que los distintos gobiernos nacionales han colaborado por acción u omisión, durante decenios se han invertido ingentes cantidades de dinero público para lograr crear un marco propicio para la independencia (Ferran Brunet, profesor de economía en la UAB lo calcula entre un mínimo de 1.000 y 6.500 millones de euros al año utilizados directamente para lograr la independencia), han controlado los medios de comunicación (propios y extraños), la escuela, las entidades civiles…y aún así, no lograron romper España (aunque sí rompieron Cataluña).
Y aquí está el quid de la cuestión: la obsesión identitaria. La utilización de la lengua como eje vertebrador del relato nacionalista, el intento de crear una comunidad imaginada que, básicamente, ignoraba (e ignora) a todos los «no catalanohablantes», que trataba (y trata) de imponer los usos lingüísticos de los catalanes, que intentaba (e intenta) decir a los ciudadanos cómo deben hablar, como deben vivir, como deben comportarse para ser considerados «buenos catalanes». Podría pensarse que la utilización y politización de una lengua es una mera herramienta para lograr sus objetivos, sin embargo, el nacionalismo catalán hunde su raíces en las esencias totalitarias de principios del siglo XX.
El nacionalismo catalán podríamos incardinarlo en tendencias intelectuales como la que encarna la denominada «hipótesis Sapir-Whorf» y el relativismo lingüístico, creen firmemente que la lengua es la nación, hace al individuo, determina la cosmovisión y es el fundamento ontológico de las naciones. A esto hay que añadir una profunda hispanofobia, es un ejercicio de auto-odio que les hace perseguir cualquier cosa, persona u organización que no entre en los cánones de lo que ellos interpretan como auténtica catalanidad.
Esta visión, esta esencia nacionalista, es la respuesta al porqué no lograron el objetivo de romper España: nunca han tolerado a más de la mitad de la población catalana que vive su catalanidad desde la libertad, porque esta libertad en Cataluña se convierte en un acto de resistencia: poder expresarte y vivir en la lengua de tu país. Naturalmente, el error estratégico del nacionalismo ha sido perseguir (con mayor o menor intensidad) a todos los que hablan español en Cataluña, ha sido ignorar a más de la mitad de los catalanes, ha sido hacerles sentir ciudadanos de segunda clase. Esa mayoría silenciada fue la que reaccionó y paró el golpe de Estado de 2017.
Lo cierto es que dudé si escribir o no este artículo, la pregunta que tenía en mi mente era: ¿y si les estamos dando pistas para mejorar sus planes secesionistas? La respuesta es que no porque, como en la fábula del escorpión y la rana, la irracionalidad y la visión excluyente del nacionalismo es mera cuestión de carácter. En la versión catalana del cuento, cuando empezamos a cruzar el río del «prusés», a pesar de la llamada a la convivencia y a parar la locura, lamentablemente, salió su carácter y quienes se ahogaron (y se ahogan) en una espiral de decadencia económica, social, cultural y política, somos el conjunto de ciudadanos catalanes.