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Velarde Daoiz

DiverXO y la sostenibilidad, o por qué la izquierda odia a los pobres

«Se han escuchado en ciertos medios y periodistas más críticas a la ‘obscena’ subida de precios de Diverxo que a la de los impuestos medioambientales»

Opinión
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DiverXO y la sostenibilidad, o por qué la izquierda odia a los pobres

Dabiz Muñoz, chef de DiverXO. | Europa Press

Hace ya cerca de 10 años tuve la oportunidad de cenar en DiverXO con un grupo de amigos. Habíamos reservado meses antes y el precio del menú degustación que escogimos era entonces, si mi memoria no me falla, 140 euros por persona, aunque nuestra cuenta final debió de rondar cerca de 200€, vinos y licores incluidos. Para evitar ponerme nostálgico y decir cursilerías, simplemente diré que ha sido hasta la fecha la mejor cena en relación calidad/precio a la que he tenido el placer de asistir.

Su mediático y genial chef, Dabiz Muñoz, anunció el martes que el precio de su menú degustación se incrementa desde los 250 euros a los 365 euros por cabeza, a los que habrá que añadir el maridaje, que añadirá a la cuenta final entre 150 y 300 euros, con lo que el cubierto medio en el templo gastronómico que regenta en el Eurobuilding de Madrid superará cómodamente los 500 euros.

La casualidad hizo que este anuncio coincidiera con la filtración de un nuevo plan de Sánchez para incrementar la fiscalidad medioambiental. Prevé el Gobierno recaudar mediante nuevas figuras impositivas o el incremento de la cantidad a pagar en las ya existentes unos 7.500 millones de euros adicionales cada año. La razón de fondo, como repite el actual Gobierno socialpodemita a quien le quiera escuchar, es la lucha por un mundo más sostenible, menos contaminado, y más justo: «Que aquel que contamine, pague». Además, los técnicos del Gobierno se apoyan para esquivar las acusaciones de voracidad fiscal en la diferencia entre la recaudación media existente por estos conceptos en la OCDE y en España, aproximadamente un 0,6% del PIB, (equivalente a esos 7.500 millones de euros anuales).

Curiosamente, también el chef estrella justifica la subida de precios de su buque insignia gastronómico en la sostenibilidad. En este caso, en que la sostenibilidad económica de DiverXO no se sustente, como aparentemente es el caso hasta ahora, en jornadas de trabajo interminables por parte de pinches, camareros y personal en general. Pese a los desorbitantes precios, no es raro que este tipo de restaurantes exuberantes generen pérdidas, pues tienen un limitado número de comensales (pocas decenas diarios), y un número de empleados a veces hasta superior al de comensales. No es raro que tengan que cerrar por pérdidas o que a veces se mantengan abiertos por los ingresos que generan en términos de publicidad, en otros restaurantes del mismo dueño con mayores márgenes o incluso mediante colaboraciones con fabricantes de comida envasada.

Analicemos rápidamente el impacto de ambas subidas en la ciudadanía.

DiverXO abre sus puertas cuatro días a la semana, para unos… ¿100 comensales entre comidas y cenas? Obviamente, no todo el mundo puede permitirse pagar cientos de euros por yantar, por lo que cabe suponer que su clientela está compuesta por gente de poder adquisitivo alto, incluido un alto porcentaje de extranjeros que visita nuestro país, entre otras cosas, para asistir a esta experiencia. Vamos, lo que toda la vida se ha venido en llamar «ricos». No da la sensación de que a ninguna persona de ingresos medios o bajos vaya a afectarle esa medida. Como decían ayer en Twitter, si acaso esas personas van a pasar de ahorrarse 250 euros a ahorrarse 365 euros. Si hacemos un cálculo de servilleta con el número de comensales estimado más arriba, la subida de precio que aplicará Dabiz Muñoz a partir de enero, asumiendo que la ocupación siga siendo plena, se verá reflejada en un incremento de facturación anual superior a dos millones de euros. Una parte repercutirá, según el genial cocinero, en una mayor contratación de personal, para evitar las jornadas de 14 horas que viene exigiendo este tipo de locales. Si fuera el caso, aumentarían el empleo, las cotizaciones sociales y la recaudación por IRPF. Además, y asumiendo un IVA mínimo del 10%, la Agencia Tributaria recaudará más de 200.000 euros adicionales cada año, provenientes de los bolsillos de «los ricos». Incluso asumiendo que el cocinero maratoniano fuera un embustero y planeara quedarse los ingresos exclusivamente para su lucro personal (estaría en su perfecto derecho como dueño del restaurante y generador de riqueza y empleo), la Hacienda española se vería beneficiada con un mayor impuesto sobre los beneficios empresariales de la sociedad, así como el IVA anteriormente mencionado. El único riesgo, para el propio Dabiz y para Hacienda, es que la subida de precios pueda ser excesiva, disminuya la demanda y comience a haber mesas vacías. En ese caso en el pecado llevaría el dueño la penitencia, pero me da la sensación de que no va a ser así. Por tanto, nos hallamos ante un perfecto ejercicio redistributivo, con el famoso chef ejerciendo de Robin Hood, extrayendo dinero a los ricos para llevarlo al bolsillo de Hacienda, a la vez que al de sus trabajadores y seguramente al suyo propio.

Pendientes de conocer en detalle las figuras impositivas que se verán afectadas por el incremento de la fiscalidad medioambiental previsto por el Gobierno, solo cabe especular con los rumores más habituales extendidos durante los últimos meses: subida del impuesto especial de hidrocarburos, especialmente del diésel, viñetas y/o peajes para el uso de autovías e incremento de las tasas aeroportuarias, entre otros.

¿Quién soportará el grueso de la subida del impuesto a los carburantes? Los que utilicen vehículos de combustión interna. O sea, todos los ciudadanos… menos algunos ricos dueños de vehículos eléctricos (a los que además los menos ricos habrán subvencionado con sus impuestos su «capricho verde»). Eso sí, puede que algunos de los menos favorecidos no puedan permitirse seguir circulando y tengan que viajar menos y/o desplazarse en transporte público. Seguro que el gobierno les explicará lo maravillosos que son esos efectos de su medida, ya que al evitar que esos ciudadanos pobres circulen, la calidad del aire mejorará levemente e incluso disminuirán infinitesimalmente las emisiones globales de CO2, mejorando «mucho» la vida de sus nietos en 2070 al reducirse el incremento de temperatura en una milésima de grado centígrado.

¿Quién pagará el peaje en las autovías? De nuevo, todo el que utilice su vehículo para desplazarse. O sea, ricos y pobres por igual. Pero claro, 20 euros representan mucho más para alguien con pocos ingresos que para Luka Modric o Gerard Piqué, por lo que no parece que esta medida sea tampoco particularmente progresiva. Eso sí, como en el caso anterior, quizá obligue a algunos de los ciudadanos de menos ingresos a desplazarse en autobús o, aún mejor, a quedarse en casa, lo que será una «bendición medioambiental» para la comunidad elogiable por las élites y medios izquierdistas.

Y, ¿qué decir del incremento de las tasas aeroportuarias? Una de los fenómenos más maravillosos de las últimas décadas ha sido, en mi opinión, la democratización del turismo. Cualquiera ha podido pasar un fin de semana en Roma, tomar el té al lado de Buckingham Palace o hasta cruzar el Atlántico a visitar Manhattan por un desembolso de entre unas decenas y unos pocos cientos de euros en el billete de avión. Bueno, pues el objetivo inconfeso del Gobierno (de muchos gobiernos) es que eso toque a su fin. Que viajen los más acaudalados y los hombres y mujeres de negocios, y que paguen por el supuesto perjuicio generado (en el caso del transporte aéreo, poco más del 2% de las emisiones globales del CO2). Y el resto, que no viaje o que lo haga en tren (o sea, que no viaje).

Es evidente pues que, a diferencia de lo que sucede en la subida de precio del menú de DiverXO, en el caso de la fiscalidad verde (y en la transición energética, como comentaremos otro día), los perjudicados van a ser las capas de menores ingresos de la sociedad. Unos porque se verán obligados a dedicar una parte mayor de sus ingresos para transportarse, viéndose obligados a reducir otras partidas de su gasto. Otros porque no tendrán otro remedio que reducir su movilidad o cambiar de medio de transporte (de privado a público) no por decisión propia, sino por imposibilidad de soportar el incremento de coste. Todas las medidas diseñadas por la izquierda para lograr la «sostenibilidad medioambiental» (con el asentimiento silencioso cuando no el aplauso entusiasta de la «no izquierda» política) son fuertemente regresivas. Afectan mucho más al bolsillo y a la calidad de vida de los pobres que a las de los ricos.

Curiosamente, se han escuchado en ciertos medios y periodistas más críticas a la «obscena» subida de precios de DiverXO que a la de los impuestos medioambientales. Sospecho que si el incremento del precio del menú del «tres estrellas» se hubiera producido no por decisión de su dueño sino por obra y gracia de un impuesto gastronómico verde, la medida hasta habría recibido alabanzas en esos medios. Cosas de la sostenibilidad.

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