Se va la vida apriesa, como un sueño
«Según la trinchera que pises, toca decir que la prosa de Almudena no era tan necesaria, o que el pensamiento de Escohotado no levantó el vuelo»
Veo la imagen del poeta Luis García Montero llorando sobre la tumba de la mujer de su vida. Arroja unos versos sobre la madera, a punto de desaparecer ésta bajo la tierra fría. Hay quien dijo que todo en literatura es amor y muerte, Eros y Tánatos. Los dos se reflejan nítidamente en esta escena dolorosa, con la risa sincera de Almudena Grandes flotando siempre en el ambiente y recordándonos, esta vez de la mano de otro poeta, que se va la vida apriesa, como un sueño. Otro madrileño ilustre, Antonio Escohotado, ha fallecido a unos cuantos centenares de kilómetros de distancia. Muere en la lejanía de una isla paradisíaca, ajeno a los tumultos y a las revueltas. Se marcha consigo mismo, en la quietud de su familia. Vive para ti solo si pudieres, pues sólo para ti, si mueres, mueres, dijo el tercer poeta en este párrafo, don Francisco de Quevedo. Escota cumplió a rajatabla con el renco del Barroco.
Como viene ocurriendo con cualquier rincón de la actualidad, este país ha politizado también los dos fallecimientos. Según la trinchera que pises, toca decir que la prosa de Almudena no era tan necesaria, o que el pensamiento de Escohotado no levantó el vuelo. Políticos de uno u otro bando silencian sus condolencias y sus homenajes si el fantasma de la ideología así lo exige. Unos rechazan calles y levantan estatuas, otros ponen calles y derriban estatuas. Tanto monta. Sin embargo, la realidad es mucho más sincera que ese monstruo político que todo lo invade. Esta marabunta de bramido y pasquín se irá. Se marcharán los credos, perecerán dogmas e idearios. No hablemos de partidos políticos: en apenas unos años no quedará uno en pie. En este mundo, en el real, no trasciende tanto el ruido, cuanto aquel placer cotidiano que sobrevive a él.
Sobrevive el personaje de a pie en el que el lector se ve reflejado. Sobrevive una idea que cambió tu percepción del mundo. Pienso en esas historias de Almudena sobre guerras y contrabando, esos personajes de abajo que sobreviven a la penuria y al hambre. Pienso en la manera como aquellos ensayos de Escohotado bajaron a la tierra entes antaño mitificados de la droga y el comunismo. Pienso, en general, en lo largo que es el arte y lo corta que es la vida. Porque pese a que el cansancio de la existencia nos deja presentes sucesiones de difunto, lo cierto es que la cultura cala en un gesto, en el ánimo de éste o en el comportamiento de aquél; con suerte quizá les sobrevenga una escuela, un estilo; quizás otros muchos se adentren en la pasión de la literatura o la filosofía a través de sus obras, engarzando la cadena cultural cuando seamos el olvido que seremos. Ellos se van, pero su legado es lo suficientemente grande como para que no haya movimiento político ni corriente panfletaria que los opaque. Al fin y al cabo, y cierro con el mismo poeta que abrió el texto, aunque la vida perdieron, dejónos harto consuelo su memoria.